Carlos Martínez Simahan | El Nuevo Siglo
Sábado, 14 de Mayo de 2016

PÁGINAS

Francotiradores

 

EL francotirador regularmente actúa por su propia cuenta, es un combatiente solitario y metódico que “caza” a sus víctimas con precisión. Múltiples son las motivaciones que lo inducen al crimen. En los pliegues de su alma la venganza lo determina. También, ¡una orden! La del superior que ha urdido en la sombre la táctica sangrienta y cobarde. “Están cazando como a patos a nuestros soldados” dijo el Presidente en expresión improvisada. Y lo están haciendo las Farc, según la versión de Timochenko: “cuando la guerrillada está estudiando,  la atacan”. Ahora, los criminales son nuestros soldados y por eso hay que matarlos. Es la perversa falsificación de las circunstancias que se les ha impuesto a los colombianos, no solo por los subversivos, también por los jueces y periodistas. Por ejemplo, el asalto al Palacio de Justicia.

 

El delirio homicida le ha dado réditos a las Farc en las negociaciones. Por eso el escepticismo generalizado de la ciudadanía. Se esparce el temor por un acuerdo de paz sin suficiente justicia y subsiste el interrogante sobre origen y conformación del Tribunal de paz. La resolución (368) de los senadores norteamericanos exterioriza la misma preocupación que también existe en la Comunidad Europea, según algunos observadores.  Además, la pretensión de integrar los acuerdos al bloque de constitucionalidad estremece la legalidad colombiana. Peor, si el francotirador jurídico es un mandadero soberbio en busca del poder que salió de sus manos. Es acomodar la Constitución a los acuerdos de La Habana, cuando lo que debió ocurrir es lo contrario, nos decía un preocupado pensador. Mientras el Gobierno no dudó en rechazar tal propuesta los titubeos de la Corte Constitucional sorprenden y angustian.

 

Las Farc históricamente han priorizado la violencia sobre la política como lo demuestra Jorge Giraldo Ramírez en su estudio “Las ideas en la guerra”. De ahí, el extenso conflicto colombiano cuando en el resto del continente las izquierdas lograron el poder por las urnas. Ahora, todo indica que habrá  acuerdo en La Habana, pero ellos se despedirán como empezaron: matando a los soldados quienes representan como nadie el honor y la pobreza del pueblo colombiano.

 

Nadie desconoce las bondades de la paz y todos la queremos. Pero la tarea del Gobierno es demostrar la conveniencia de los acuerdos y la capacidad del Estado de conducir el posconflicto. No hay tal entrega ni cambio del modelo económico. El Presidente Santos encarna la élite colombiana, siempre al lado del poder político y del poder económico. Sin duda, es muy meritorio haber insistido en la búsqueda de la paz. Preocupa, sí, que el Estado se debilite como se ha debilitado el Gobierno en las negociaciones. Un Estado fuerte es presupuesto esencial para lograr la paz. Y la fortaleza esencial del Estado estriba en la legitimidad y vigencia de sus instituciones.           

 

Hemos sostenido que en las negociaciones, al lado de los voceros del Estado democrático está la opinión pública. Ignorarla es abrir las puertas de la incertidumbre. El lenguaje de los amigos del Gobierno es tan imprudente como el de la oposición. Corresponde al señor  Presidente elaborar toda una pedagogía de la paz y exponerla con respeto, con tolerancia.

 

PS. Después de escrita esta columna, el Gobierno informó que se elevará a la categoría de acuerdo especial lo firmado en La Habana.