A solo cuatro días de un nuevo amanecer yo, que como muchos colombianos quiero contemplar auroras, tengo la fe puesta en Duque y en Marta Lucía para que a la inefable Gabriela le toque otra patria y pueda sacar de su diccionario existencial todas las palabras que laceran, separan, hieren.
Porque la patria no es una entelequia ni la palabra que nos trajo hasta aquí, aporreados y fracturados, enemistados. La patria es simple y contundente como amar o nacer; lo expresó en un verso mi poeta predilecto, el palestino Mahmud Darwish: “la patria es que yo beba el café de mi madre y que regrese sano y salvo por las noches”.
La patria es cercanía. Durante ocho años hemos bailado al son de las mentiras, hemos sido desoídos y acallados, no para sosegar nuestros espíritus sino para evitar que el disenso se manifieste. En esta Colombia donde la mayoría de la gente no tiene voz por culpa de la inequidad, también nos dejaron mudos a quienes pensábamos diferente.
La patria profunda clama ser escuchada. Hubo mucha soberbia palaciega en estos ocho años y la gente del común fue desoída. No bastará en esta primavera con recorrer las regiones ni con emular los consejos comunitarios de Uribe si Duque y Marta Lucía hablan desde un atril o dialogan solo con los poderes locales. Hay que oír a la gente.
La gente de provincia escribe cartas. Cartas de amor, de admiración, de dolor, de desgarramiento, de furia, de desahogo. Escriben porque es todo lo que queda por hacer cuando ya se han perdido todas las batallas. Escriben con la esperanza como último recurso.
La patria es un puente. Ojalá Duque y Marta Lucía no se ensimismen; pero sobre todo, que quienes ejerzan como secretarios privados no se envanezcan ni crean que lo suyo es manejar un computador o servir de tamiz o colador. Su tarea será escuchar, leer entre líneas, patinar ilusiones con empatía sin prometer patrias de cucaña ni reinos de jauja.
A Palacio llegan cartas. Hay equipos en Presidencia y en Vicepresidencia que contestan cartas y las remiten a los despachos pertinentes donde se pierden en archivos kafkianos en los que no pasa nada. Porque a nadie le importa. Porque nadie le hace seguimiento a las cartas. Porque las respuestas en estas entidades son también oficios con formato, que cumplen con un requisito para que la misiva no se vuelva derecho de petición o tutela o demanda.
Las cartas traen a Palacio información de la patria profunda, de esa periferia por la que abogó el Papa Francisco en su visita a Colombia el año pasado. Duque y Marta Lucía también gobernarán en esa patria que no sale en portadas de revista pero que existe y de qué manera.
Quizás Duque y Marta Lucía no llegarán a leer ni una mínima parte de esas cartas pero quienes en sus nombres lo hagan, deberán tener sensibilidad social, abdicar al ego y saber que quien escribe deja jirones de su alma en cada letra, pero sobre todo, retazos de una patria que de otra manera no podrán tener cerca.
Las cartas son una oportunidad para dar voz a quienes no han tenido voz y escuchar la polifonía de los sueños y anhelos de la patria periférica.