Tal vez es una de las cosas más difíciles de hacer: escuchar y hacerlo en silencio. Sí, porque con frecuencia le ponemos ruidos ambientales a una supuesta escucha.
Las tensiones que el mundo, nuestro país, las familias, las estructuras sociales, la Iglesia, el individuo consigo mismo, provienen en muchas ocasiones o de una falta absoluta de escucha o de una escucha no deseada y por tanto imperfecta. Pero mientras no exista para todas las personas la posibilidad de expresarse libre y ojalá respetuosamente, los volcanes seguirán presionando hasta estallar y no siempre de forma controlada. A veces hay que escuchar a un interlocutor que lo hace sin respeto y eso también tiene su validez y seguramente su razón para hacerlo de esa manera.
Es usual que todos nos situemos en ambientes donde estamos bastante seguros acerca de lo que allí se dice o se va a decir. Por instinto solemos huir de ambientes donde pudieran decirse cosas que no nos acomodan o que nos critican o incluso nos insultan. Este es, quizás, uno de los aprendizajes más urgente para nuestro tiempo, sobre todo para quienes usualmente estamos haciendo uso de la palabra. Es necesario que a ratos cerremos el pico. Sucede que se ha ido descubriendo que no se trata solo de algunas personas, sino de verdaderas muchedumbres a las que casi nunca se les ha dado la palabra y eso no es bueno. Y por eso con frecuencia este silencio suele salir en forma de revuelta, rabia, pedrea, sabotaje, rumor, etc.
La Iglesia, por ejemplo, ha sido puesta por el Papa Francisco en modo escucha a través de una figura llamada “sínodo” para darle la palabra a propios y extraños. Y ya se oyen palabras muy fuertes y llenas de cuestionamientos. Otro ejemplo muy actual está reflejado en el informe de la comisión de la verdad que se dio a conocer hace poco. Contiene sobre todo las miles de voces nunca escuchadas en nuestra nación … y las consecuencias inevitables. Ojalá todos los que hemos sido de algún modo “dueños de la palabra” nos demos el lapo de callarnos un rato y dejar que otros digan lo que quieran, lo que se les ocurra, lo que está atorado entre pecho y espalda. Sin duda será más benéfico de lo que pudiera alguien imaginarse.
En el Evangelio, viendo Jesús que querían callar a algunos, dijo: “Si estos callan, hablarán las piedras”. Esto sigue siendo válido y real hoy en día y siempre. La idea no es que ahora unos se vuelvan mudos y, otros, cotorras. Más bien, que en todas las relaciones humanas se dé oportunidad a todos, sin excepción, de expresarse, de decir y opinar, de proponer y criticar, de hablar o quizás de gritar. Pero no conservar ese orden de cosas en el cual unos pontifican y los otros simplemente oyen y obedecen. Eso es desequilibrado. A veces descubrimos que la solución de graves problemas pasa por acciones tan sencillas como esta de escuchar y que todos podemos realizar. Como está la vida hoy, sin duda vale la pena intentarlo.