Aunque en Colombia hay políticos de toda clase y condición, el espectro de la deshonra incluye no solo a los deshonestos, cuestionados, judicializados, apresados, destituidos, sino por supuesto a ingenuos, acomodados, atornillados, vitalicios, oportunistas y herederos; pero me temo que una nueva subespecie ha hecho eclosión: los moralistas.
Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa; una cosa es el político moral, ideal socrático, platónico, aristotélico y kantiano -y créanme, en Colombia sí los hay- y otra bien distinta, el moralista político. Para los primeros, la moral es bien público: se ciñen por tanto a la Constitución y a las leyes nuestras; a veces de ñapa y en concordancia, honran en privado y sin altavoz la ley mosaica. Es temor de Dios, pero somos nación laica.
Los moralistas políticos son retóricos y hacen de la moral un asunto de vanagloria personal; ellos se proclaman parte de “la lista de la decencia”, o gritan a voz en cuello y sin pudor “los buenos somos más” y a quien no se une a su cruzada, lo lapidan.
Me temo que la consulta anticorrupción es pura moralina política, es decir moralidad inoportuna, superficial o falsa. Ojalá haya sido convocada con buenas intenciones. Pero el costo es alto y no solo por los 300.000 millones de pesos que supone volver a las urnas sino porque lejos de unir a los colombianos frente a un tema que en sí mismo es preocupación mayoritaria, ayudará a una nueva polarización.
Quienes no salgan a votar serán mirados por estos cruzados como impíos, impuros, indignos, ciudadanos laxos.
Con la consulta no se vencerá a los corruptos; las preguntas no son conducentes, duplican lo existente en la jurisprudencia o nos creen bobos, instalados en la minoría de edad kantiana. Las siete preguntas son moralina política. Y aunque no me lo crean, terminan siendo el elogio de la corrupción. Es que a la manera de Kant, el político moral elogia la transparencia y el moralista político la corrupción al considerar la moral como algo religioso, demagógico, retórico y por tanto, inútil.
Salvo los pillos, ningún colombiano en sus cabales es feliz con las secuelas de la corrupción. Aboguemos por el cumplimiento de las leyes, por honrar la Constitución, por diferenciar el bien del mal y por una educación fincada en el bien común y la transparencia.
Para acatar las leyes y las normas que evitan la corrupción, hay que entender que el bien común es un imperativo y privilegiar el colectivo antes que al individuo, porque hay bien y mal. La moral antecede al derecho.
Y otra cosa. Podría ser que en Colombia la corrupción no sea la consecuencia de unas instituciones descompuestas, que no lo están, sino más bien el embrión de su descomposición. Estamos a tiempo. Porque la corrupción surge donde la moral no existe. Si como sociedad nos comportamos políticamente ante los asuntos morales, como lo pretende la consulta, jamás la corrupción desaparecerá.
El bien y el mal no admiten matices. Se es bueno o se es malo. Y si el bien y el mal se vuelven tema de urnas, de votos, de moralina política, o sea, de opinión, la corrupción continuará.
La consulta es ruido, populismo, afán de protagonismo, divisionismo e inutilidad. Pura cháchara.