La culpa la tuvo la chuspa. Del quechua chchuspa, palabra común a Argentina, Bolivia, Chile, Perú. Les dejo a los filólogos y lingüistas desentrañar por qué en Cali usamos esta palabra en vez de la lánguida bolsa.
Desde antes de que entrara en vigencia el Impuesto Nacional al Consumo de Bolsas Plásticas cargo unas chuspas rojas de tela, obsequio de Tornamesa, la librería del barrio donde merco lecturas, porque me parecen más estéticas que las producidas con petróleo.
El problema es que las chuspas de tela se volvieron sospechosas para los vigilantes de supermercados. Si uno antes salía tranquilo con la compra sin tener que exhibir el tiquete de caja, desde que Luis Gilberto Murillo, ministro de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, nos hizo ver que “entre los impactos más importantes que causa la bolsa plástica está el deterioro de ecosistemas, la afectación de especies y fuentes hídricas y una disminución importante de la capacidad de los rellenos sanitarios”, no vale la presunción de inocencia, sino que los clientes nos volvimos delincuentes.
Mis chuspas tienen mensajes épicos, como este de Dalí: “Declaro la independencia de la imaginación”; o de consuelo existencial, como el de Chaplin: “El tiempo es el mejor autor. Siempre encuentra el final perfecto”. Pero a los guachimanes de Carulla de Rosales les parecen dignas de desconfianza, aunque soy clienta fija, me dicen doña Adriana y entro al almacén dos o tres veces por día.
Para los que no saben, guachimán es otro “caleñismo”, usado también en Nicaragua, Costa Rica, República Dominicana, que proviene de una creativa degeneración del inglés watchman: persona que vigila u observa. Pero que en Colombia, se cree policía.
Los vigilantes “no pueden efectuar requisas a la ciudadanía”, de acuerdo con la Superintendencia de Vigilancia y Seguridad Privada, ya que la fuerza pública es la única facultada para hacer requisas personales, no los guachimanes de los almacenes de cadena los que pueden utilizar equipos de detección electrónica en este tipo de controles sin tocar a los clientes.
El martes de esta semana compré unas pastillas anticonceptivas en el Cafam que hay dentro de Carulla de Rosales y tan ecológica yo, las metí en mi chuspa roja con aforismo de Frida Kahlo: “Donde no puedas amar, no te demores”. La factura la puse en el bolsillo trasero de mi bluyín. Cuando pasé mi bolsa de Tornamesa para que allí me empacaran los pimentones y bananos que estaba comprando, la empacadora, convertida en guachimán, metió sus manos en mi chuspa, hurgó en ella, hizo cateo de policía, sacó mi caja de Yaxibelle y muy oronda aseguró a voz en grito: “esto no lo ha pagado”.
El que nada debe, nada teme. Pero atenta contra la honra y el buen nombre esta conducta de guachimanes y empacadores. La circular externa No. 20142000000105 de 2014, de la Superintendencia pertinente, reitera que los guachimanes no pueden hacer registros personales como el que me hicieron a mí.
Por culpa de la chuspa, hacer mercado se volvió una maluquera. A partir de hoy pago los 20 pesos de impuesto por bolsa y me ahorro la mortificación que me producen los guachimanes de Carulla de Rosales, alérgicos a los portadores de chuspas de tela y al deseo del ministro de que los colombianos le aportemos a la ecología.