“Un cianuro de palabras caídas desde las utopías”, cantaba el poeta surrealista Louis Aragón en su última colección de poemas, Las habitaciones, Poema del tiempo que no pasa (1969) y que releo porque aquí tampoco pasa nada.
Con fatiga leo las noticias y con pereza escucho los noticieros de la radio y la televisión. Todo parece inamovible o calcado o repetido o ya vivido; con Duque cambiaron los nombres de los personajes públicos - grises como sus predecesores- y también algunos de los quejosos, los birlados, los tumbados, los amenazados, los victimizados, los victimarios, pero en esencia todo es repetición: los mismos con las mismas.
No es melancolía lo que se refleja en las encuestas, ni látigo ni castigo para el inexperto timonel, ni algo parecido a la hipocondría de Baudelaire, ni el tedium vitae a la manera de Oscar Wilde quien en su poema homónimo con razón cantara “mejor el más modesto techo/ para abrigar al peón más abatido/ que volver a esa cueva oscura de guerras…”.
Tampoco es nostalgia, ni abulia, ni agotamiento, ni acedia- aunque estos tiempos siguen endemoniados- me digo mientras busco alguna palabra en el diccionario de María Moliner para explicar por qué al recién estrenado se le da tan duro.
Es cansancio. Un estado más allá de la desesperanza, similar al desencanto, surgido en el vórtice de acontecimientos a los que asistimos o los que padecemos. Apatía que heredó el gobierno del novato Duque -con el sol a sus espaldas en apenas cien días de piloto de este país complejo- y que se manifiesta en las encuestas.
Este cansancio se caracteriza por un estado psicológico de híper excitación y ansiedad que, lejos de tranquilizarnos ante la realidad fáctica, nos provoca miedo e inseguridad.
Este maremágnum noticioso tan falto de criterio, nos está llevando a padecer un síndrome de fatiga por exceso de información, término acuñado en 1996 por el psicólogo David Lewis en un informe titulado Dying for information.
Incluso los medios de comunicación escritos se han vuelto reactivos, como si ya tuvieran el síndrome de fatiga por exceso de información; no hay tiempo de leer y menos de pensar, solo de pronunciarse. Como en la comunicación viral de los publicistas. Parálisis analítica.
Mi maestro de periodismo en Cali, don Raúl Echavarría Barrientos, afirmaba que la sindéresis, esa capacidad de juzgar rectamente, es una obligación que nos pone a salvo de conclusiones distorsionadas.
“Un cianuro de palabras caídas desde las utopías”. Y en Colombia el cianuro también ha sido desacralizado.
En esta Séptima vertebral caminan zombis súper informados, saturados por el periodismo y los memes de las redes sociales con datos, cifras, fechas, citas, nombres, que no los hacen más analíticos ni les ayudan a tomar mejores decisiones porque la información que consumen día y noche es cianuro que no acrecienta la capacidad de discernir, digerir, sopesar, comparar, optar, elegir.
Para sacudirnos el cansancio necesitamos pensar, verbo que requiere paciencia, meditación, calma y digestión. Y no hay tiempo. Siempre estamos a la espera del nuevo cataclismo, real o figurado, individual o colectivo, en un vértigo sin fin. Y Duque con su batahola de ir y venir de aquí para allá, con su espejo retrovisor terciado, no ayuda a decantar el hoy.
“Un cianuro de palabras caídas desde las utopías”.