En contraste con la inclinación popular que le teme a la perpetuidad de un gobierno en el poder, hoy en día las decisiones en democracia se asemejan a la inmediatez de las comunicaciones y tienen la facilidad de moverse, sin agüero, hacia el lado opuesto, motivadas en causas concretas, casi de manera sorpresiva y no obstante el contrario haya ganado en corta diferencia de tiempo las elecciones y de manera contundente.
Ejemplos recientes son la victoria del “rechazo” a la reforma constitucional en Chile pese a que en octubre del 2020 casi un 80% de los electores votaron a favor de cambiar la Constitución y a hacerlo a través de una Convención; la posible jefatura de gobierno de Giorgia Meloni en Italia y la primera vuelta de elecciones presidenciales en el Brasil, con un resultado mucho más alto del esperado para el presidente Bolsonaro, muy diferente a los pronósticos de las encuestas, que marca una estrecha (y no amplia) diferencia con el expresidente Lula da Silva.
Conclusiones de analistas como Jorge Jaraquemada, director ejecutivo de la Fundación Jaime Guzmán en su columna en El Libero; de la chilena exministra de la Mujer, Isabel Plá y de Pablo Uribe Ruan en el diario El Nuevo Siglo, permiten vislumbrar que la situación en Colombia no es ajena a esas posibilidades.
Coinciden Jaraquemada y Plá en el rechazo de Chile a esa actitud que hemos venido mencionando del adanismo, de mostrar con fatalidad en un mínimo los logros alcanzados de las sociedades, con ganas de comenzar desde cero, desde Adán. Hay temor por ese afán refundacional, como lo menciona Jaraquemada, o por querer permanecer con esos cambios por décadas, como dice Plá.
También hay reacción frente a la distorsión del sentido patrio, como cuestionar los símbolos nacionales o dejar de pensar en el gobierno “para todos” por la llamada dictadura de las minorías (con la salvedad que algunos requieran de privilegios para superar ciertas brechas, pero solo con carácter temporal) o por la eliminación de pesos y contrapesos entre las ramas del poder público o ante la pérdida de respeto a la autoridad y la Fuerza Pública.
Así mismo incide la misma situación económica que aqueja al mundo en general y se suma el hecho que tocan, como lo describe Jaraquemada, aspectos centrales en la vida de los ciudadanos como son la educación, la salud y las pensiones que, aunque con sistemas no perfectos, son mucho mejores y de mayor cobertura que en el pasado, con propuestas de llevarlos al monopolio del Estado, a pesar de sus antecedentes de ineficacia. A estos asuntos se suma una profunda sensibilidad por quienes son capaces de reivindicar la familia, como un valor y preocupación de la política pública.
Se añaden las dificultades de las coaliciones entre grupos políticos de muy distinto pensamiento, su compleja alineación y sus posibilidades de ruptura junto con la mayor creencia en la injerencia capacidad de cambio de las manifestaciones de plaza pública, con causas específicas, como mecanismo de democracia directa, frente a una pérdida en la credibilidad del elector en la voz o representación de los personajes elegidos, muchas veces defraudados por su desconexión o peor aún por sus actos de corrupción.
Estas son algunas motivaciones vistas en Chile y en Italia que pueden repetirse en el resto del mundo, donde Colombia no es la excepción.
*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI
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