Bien dijo el presidente Duque que el salvaje atentado contra la Policía Nacional no era solo contra esa institución, ni contra la juventud allí sacrificada, sino contra Colombia, y Colombia somos todos, usted y yo, amigo lector, su vecino y mi vecino, su familia y la mía; todos, aunque ese sentimiento patrio solo brote alrededor de triunfos deportivos o de motivos algo banales.
Hoy debemos sentirnos Colombia una vez más, frente al dolor y ante el riesgo de volver al terror cotidiano y la zozobra como forma de vida. No se trata de meter miedo, pero sí de advertir y de llamar a la unión para aplastar al monstruo del terrorismo y no dejarle volver a levantar cabeza. Hay que estar alerta, porque la gravedad de los indicios no es de poca monta.
El cómo: Ya lo estableció la Fiscalía; el atentado requirió meses de inteligencia y planeación, y la participación de expertos explosivistas, como el ya identificado autor material; especialistas en bombas como los que salieron de las cárceles… y de la selva, al amparo del acuerdo con las Farc, para irse a las disidencias o para cambiar de brazalete y reforzar al debilitado Eln, cuya resurrección violenta es una de las maldiciones del mal negociado acuerdo con las Farc.
La intención: 21 muertos y decenas de heridos es una barbaridad; una sola muerte lo es, pero 90 kilos de explosivos en medio de una ceremonia militar, como se pretendía, habría sido una catástrofe que ni me atrevo a imaginar, pero que me trae el recuerdo aciago del Club El Nogal en el 2003.
La inmolación: Es un indicio preocupante por lo inédito en nuestro país. Estamos acostumbrados a verla por televisión en Irak o Afganistán, asociada al fanatismo religioso de ISIS o Hezbolá, algo lejano para nosotros hasta que surgió la amistad del régimen terrorista de Irán con el régimen acorralado de Maduro y, bajo su protección, la presencia de Hezbolá en la región, inclusive entrenando a las Farc y a otros grupos terroristas en su patio vecino.
El objetivo: ¿Qué hay detrás de tan infame atentado? ¿Acaso presionar al Gobierno para negociar con los elenos? No sería extraño. Esa fue la estrategia extorsiva de las Farc para mantener sentado al gobierno Santos en la mesa de negociaciones. ¿Acaso “ablandar” al Gobierno frente a la extradición de Santrich y la disidencia efectiva de Márquez, el Paisa y otros tantos?
En la mezquindad de nuestra arena política, la izquierda, hoy silenciosa, y quienes sostuvieron a Santos en el mal negociado acuerdo fariano, aprovecharán para “medirle el aceite” al Gobierno, para minar la gobernabilidad y ponerle palos de ciego al propósito de recuperar la legalidad para sembrar emprendimiento y equidad…, para construir futuro.
El Presidente respondió con serena firmeza y con la unión monolítica del Estado contra el terrorismo. Tras el anuncio del Fiscal de judicializar al Coce, decidió reactivar las órdenes de captura, la intervención de la Interpol y la presión internacional para que Cuba y Venezuela entreguen a los determinadores del atentado. El Gobierno Duque tiene claro que no negociará con terroristas, por lo que la tal mesa que trastearon de Quito a La Habana realmente no existe desde el pasado 7 de agosto, pues los terroristas no cumplieron ni cumplirán las condiciones del Gobierno.
Hoy se impone el respaldo al presidente, a su ministro de Defensa y a nuestra Fuerza Pública para preservar la seguridad y nuestras libertades. Colombia somos todos. La dolorosa lección está aprendida: Todos contra el terrorismo.
Paz en la tumba de los mártires de la patria.