Hay sensación de confianza en nuestro nuevo presidente Iván Duque y me alegra mucho sentirla. Viene de los que votamos por él y de muchos que votaron en blanco, inclusive de muchos que votaron en su contra. La gran mayoría de los colombianos desean fervientemente que este sea un gobierno de concordia, que construya país, no que lo destruya; que cimiente puentes entre nosotros y no trincheras. Estamos hastiados del odio y la división.
La gran mayoría confiamos en el nuevo gobierno y lo apoyamos, ¿por qué no? Encontré en las redes esta diciente frase: “Desear que fracase el nuevo gobierno es como desear que le dé un infarto al piloto del avión en el que estamos viajando con toda nuestra familia”; nada más cierto.
Duque no grita, no ofende, no miente y no se deja “torear”; es un hombre ponderado, al que se le puede creer. Hay que reconocer que cuanto hemos atestiguado de Iván Duque, hasta hoy, se puede resumir en un gran deseo de construir consenso nacional; de unir y sanar a un país herido y envenenado por el dolor y el odio que nos han dejado la guerra y sus diferentes actores.
En los meses desde su elección ha ido cumpliendo algunas de sus promesas de campaña; con aplomo, sin los fastidiosos shows mediáticos acostumbrados por los hasta hoy representantes del poder ejecutivo, judicial y legislativo y, lo más importante, con un gran sentido de nación.
Con el nombramiento de su gabinete cumplió con su promesa de dar paridad a la mujer, nombrar un equipo mayormente técnico, joven, de probada experiencia, sin veneno político.
Duque se merece la confianza de los colombianos de libre pensar, los que no se dejan arrastrar como ratas hacía el precipicio, siguiendo a un flautista envenenado. Los que quieren darle una oportunidad a Colombia, a ver si salimos de la tremenda encrucijada en que nos encontramos.
El nuevo presidente recibe un país en crisis. El enorme crecimiento de los cultivos de coca nos pone al borde de la desertificación; la intromisión de los carteles de mejicanos en nuestro territorio trae sangre y corrupción como jamás la hemos visto; la minería ilegal destruye y envenena ríos y selvas; hay niños muriendo de hambre, deficiencia hospitalaria, enfermos sin atención, infraestructura ineficiente, contratos podridos, aterradores “picaderos” donde mafias poderosas pican los cuerpos de sus enemigos y muchos más problemas, tan atroces o peores, que requieren su inmediata solución y la colaboración de todos, o por lo menos de la mayoría sensata, para lograrlo.
Urge que el gobierno ocupe los valiosos terrenos dejados por las Farc porque se han convertido en campos de batalla entre nuevas y viejas mafias para tomar posesión. Desgraciadamente, si no se actúa rápido, podríamos en corto plazo convertirnos en una “narco-nación”. Esto es solo la punta de la lanza envenenada. La corrupción en todos los poderes destruye al país; habrá que hacerle frente a esa víbora venenosa, ¡cómo sea, hasta matarla!
Hoy estrenamos un nuevo estilo de gobierno, encabezado por un hombre honesto y bien preparado. Con los ojos bien abiertos, atentos y vigilantes, apoyémoslo. Nada será fácil, pero los grandes líderes se hacen en medio de las peores tormentas. ¡Adelante, presidente Duque!