Constitución de 1991 | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Julio de 2016

Con bombos y platillos, pero más bien con visión incompleta, se ha exaltado en estos días la Constitución Política de Colombia, a los 25 años de haber sido aprobada. Algún logro positivo o incluso varios puede haber alcanzado esta carta de navegación política. Pero no hay que olvidar los aspectos que, contenidos en ella, o derivados de la misma, han golpeado aspectos muy importantes de la vida de los colombianos. Por momentos esta Constitución parece haber sido diseñada para que nadie tuviera límites: ni las personas ni las autoridades, ni las comunidades ni los mismos criminales y ni se diga, sobre todo, algunos miembros de la clase política.

Pero el aspecto más notorio de la antropología de la nueva Constitución política de Colombia es su concepción del ser humano, llamado ciudadano, a quien se le otorgan todos los derechos, sin límites, de manera que en algún momento puede incluso arremeter contra la propia vida e incluso contra la de otras personas, especialmente las que aún no nacen. Y da alas a los ciudadanos para que destruyan la célula vital de la sociedad, la familia y la reemplacen por otras composiciones de extraña procedencia. Y por desafiar a la Iglesia Católica, más que por inspiración filosófica, se dio paso a un ordenamiento religioso, no de una manera racional y juiciosa, sino como una forma de lesionar la religión de la mayoría de los colombianos y hoy muchos están envueltos en unas congregaciones de las cuales ni Bolívar los podría liberar.

Y nadie puede negar que fruto de esta construcción jurídica también se ha generado un país de sonido destemplado. La cohesión de la nación es poca y nunca como antes, no obstante el paraíso prometido, tanta gente había abandonado el país. Y jamás la corrupción había sido tan extendida en todos los niveles de la vida colombiana. Además, quizás en los más de quinientos años de vida de la actual sociedad colombiana, nunca antes estuvo la patria tan sumida en la inmoralidad y la ausencia de ética. Y ni se diga la distancia que la Constitución y las leyes derivada de ella han establecido respecto a la ley divina, la cual es tenida como una cosa privada ¡del 90% de los colombianos! La actual Constitución, vista en el estado de la nación y de la persona colombiana, merece ser examinada con sinceridad y cuestionada, no solo alabada, pues esta patria parece doler hoy mucho más que antes.