De regreso de Bello, luego de una jornada larga, que más que trabajo es mi aporte a una apuesta inmensa de inclusión para el posconflicto, me pongo a pensar en la palabra, esa que nos hace humanos y que dicha se aleja cada vez más de las cosas, como lo describe Heidegger en Sendas Perdidas.
Entonces, los significados se empiezan a reproducir, a alejar, a distorsionar, a tergiversar. El árbol y la casa que ilustran los recuerdos de mi infancia son distintos al árbol y a la casa de tu niñez y al árbol y la casa de mi interlocutor. Pero las palabras, el texto, es el mismo: casa y árbol.
Es el contexto. No habitamos un mundo sin él, como el universo de Platón en donde a la palabra casa solo le correspondía una imagen (el paradigma), un significado y hasta una sola interpretación. Tampoco pertenecemos al mundo televisado de Plaza Sésamo en el que los paradigmas cobraban vida y la mesa era siempre un rectángulo de cuatro patas y nunca una consola de tres o la mesa redonda del Rey Arturo.
Cuando el otro dice casa, yo debo saber algo de él para no malinterpretar su historia, su narración. Porque casa puede ser un palafito, un castillo, una mansión, un apartamento. Y es mi casa o la casa tuya. Mi amada casa, tu amada casa.
Pero no escuchamos. Oímos, por supuesto, porque no demanda voluntad. No escuchamos al otro porque nos encanta nuestro propio discurso y tememos salirnos de nuestra zona de comodidad. Pocas veces nos ocurre la dicha de ser depositados en un contexto diferente al de nuestro grupo o nuestro entorno familiar, social y profesional, donde podamos considerar al otro un legítimo otro en la convivencia.
Suele suceder que en ocasiones donde esto ocurre, nuestro miedo a la diferencia nos impulsa a ignorar la existencia del otro, a volvernos descreídos y dudar de la validez de su punto de vista.
Pero si uno depone el ego y practica la escucha empática, acaricia otros contextos y descubre que en esa Colombia desconocida, más allá de las palabras, de los contextos gramaticales, hay historias de vida que retan nuestra comodidad y que al ser escuchadas nos permitirán avanzar hacia la inclusión, cerrar un poco la brecha de inequidad, como lo propone la Iniciativa de Finanzas Rurales impulsada por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo, USAID, la cual me ha traído hasta este municipio antioqueño.