Contra el socialismo de Estado | El Nuevo Siglo
Viernes, 2 de Agosto de 2024

Decía Carlos Eugenio Restrepo (1867-1937) en su discurso de posesión presidencial en 1910 que “todos debemos esforzarnos en sustituir el socialismo de Estado, infecundo y corruptor, por el esfuerzo personal perseverante, que hace milagros en lo económico y santifica los pueblos con la religión del trabajo”. Palabras sabias de quién no tengo la menor duda ha sido el mejor presidente de Colombia, justamente porque nadie se acuerda de él; y es que, para nuestra desgracia, como diría Tomas Eastman (1865-1931), ministro y amigo personal de Carlos Eugenio Restrepo, “el socialismo de Estado, tan propicio a los Gobiernos personales, está a punto de dominar definitivamente en nuestras costumbres políticas”.

Para entender las críticas al socialismo de Estado basta remontarnos al principal promotor de dicha tesis en Colombia, como fue Rafael Uribe Uribe (1859-1914). En una conferencia de 1904 titulada precisamente como “Socialismo de Estado”, Uribe Uribe se encargó de defender dicha tesis asumiendo que el socialismo que él promovía partía de reconocer que “el Estado no es órgano de simple conservación sino también de progreso”, por lo que dicho Estado, “además de cuidar de lo que encuentra hecho y oponerse a todo deterioro, debe procurar el adelanto”. En resumen: una vez el Estado logre su función principal de proveer seguridad, no debe detenerse en ello sino de fomentar la prosperidad.

No extraña entonces que Uribe Uribe apoyase al presidente de entonces Rafael Reyes (1849-1921), quien, desde su posesión en 1904, pocos meses antes de la conferencia de Uribe, llegase a sostener precisamente que Colombia necesitaba “más administración y menos política”, lo que en el fondo supone asumir que el Estado se puede manejar de manera análoga a cómo se maneja una empresa. Por ende, que un conservador como Reyes y un liberal como Uribe hayan coincidido en el socialismo de Estado es la razón de ser de la crítica Restrepo y Eastman ya aludida, quien ya advertían la tragedia que implicaría darle funciones al Estado que no le corresponden.

El mejor ejemplo de socialismo de Estado, tanto para críticos como para promotores, es centralizar la moneda e intervenir la banca, como muy pronto empezó a hacer Reyes con la creación del Banco Central en 1905. Como bien había advertido Miguel Samper (1825-1899) en su lucha contra el Banco Nacional (1881-1896), el precedente nefasto que ya había vivido el país en materia de política monetaria, un Banco de Estado era el instrumento idóneo para consolidar el socialismo de Estado.

Sin embargo, el socialismo de Estado se saldría con las suyas: con la definitiva creación de un banco de Estado como es el Banco de la República en 1923, bastaría con controlar la moneda y regular la banca para que el Estado pueda intervenir el conjunto de la economía, lo que sin duda fue reforzado con el posterior abandono del patrón cambio oro en 1931 y el nacimiento pleno de la banca de fomento en 1951. Las reformas constitucionales de 1936 y de 1968, que permitirán ampliar las facultades de expropiación, facilitar la creación de empresas mixtas o públicas y planificar la intervención del Estado en la economía, solo reforzaron aún más dicho poder.

La Constitución de 1991 solo sirvió para “armonizar” las funciones del ya muy avanzado régimen del socialismo de Estado. Con el manejo de las pensiones que el actual gobierno le confirió al Banco de la República, estamos expuestos a una monstruosa emisión monetaria con la que seguramente se buscaran pagar dichas pensiones. Ya va siendo hora de volver a poner al “infecundo y corruptor” socialismo de Estado en su lugar, como Miguel Samper, Carlos Eugenio Restrepo y Tomás Eastman nos lo enseñaron.