Avanza el empalme entre Santos y Duque. En cada equipo, una selección Colombia de técnicos y expertos. Los que entregan y los que reciben. En cada asunto, una hoja de ruta, oportunidades de consolidación; en otros temas, quizás la necesidad de volver a barajar, de tomar un nuevo aliento. Pero en todos los sectores, caminos andados que no se desandan porque por fortuna en nuestro país no se gobierna con borrón y cuenta nueva.
Prosigue también la “gabinetología”, ese otro deporte nacional. Yo esperaré a que Duque revele su selección Colombia, convencida de que aquí lo que hay es gente llena de ganas, súper formada, a la que el presidente electo ha prometido dar juego y sacar de la banca.
Mientras recorro esta séptima vertebral, pienso en otra cosa, ciudadana de a pie que soy, filósofa desempleada absorta en cuitas del corazón. No del propio, ya jubilado por sustracción de materia. Pienso en el corazón de esta Colombia herida, dividida, polarizada, atomizada y enconada, capaz de tornarse esperanzada, ilusionada, optimista cuando la causa es colectiva.
Y qué habrá más colectivo que gobernar. Nunca, nunca, nunca he podido olvidar ni lo quiero hacer las palabras que el presidente Uribe me dijo el 8 de agosto de 2002 cuando me posesioné como secretaria privada de la Primera Dama: “Adriana, recuerde todos los días que trabajamos para y por los colombianos; haga su tarea con el corazón”.
Al gobierno de Santos le sobró poder y le faltó corazón. Por eso la favorabilidad le fue adversa en el primer tiempo y también en el segundo. Le faltó influencia, esa que solo se logra comunicando directo al corazón, pero desde el corazón, porque si no, es pura demagogia.
El corazón de Colombia necesita recuperar la fe. Se supone que los mejores técnicos estarán a la cabeza de los ministerios. Pero se necesita gobernar de cara a las comunidades, con lenguajes que superen la soberbia de la rectoría sectorial. Ocho años de un gobernante mirándonos a los gobernados por encima de las gafas, es demasiado.
Duque tiene carisma y alegría; y Marta Lucía, credibilidad; Duque suscita afecto y Marta Lucía fe. Con cariño y confianza podremos empezar a construirnos como nación. Convoquen humanistas, estrategas de relacionamiento con las comunidades capaces de hablar el idioma de la gente común y de provincia.
Poder con sentido. Nietzsche decía que lo que el hombre quiere es “un más de poder” que no es más poder, sino participar en él, no de él, sino con él. No es cogobernar, sino dejar de ser usados como un indicador de gestión y ser considerados por fin en esta Colombia escindida, “un legítimo otro en la convivencia”, a la manera del biólogo chileno Humberto Maturana.
Ansío y espero que Duque y Marta Lucía nunca se instalen en el atrio del poder desde el cual nos gobernó Santos porque el atrio del poder aísla.
La virtud no es gritar, es ser oído. Duque y Marta Lucía lo supieron hacer y por eso media Colombia los tiene en su corazón. Que sus elegidos en los cargos de alto turmequé, no se equivoquen. También se gobierna con el corazón.