En la última columna escribía, rememorando a Ortega y Gasset, sobre el “hombre masa” que se apoderó del mundo y nos referíamos a Venezuela donde los pobres ciudadanos medios, espantados por la dictadura, decidieron venirse y desplazar a por lo menos un millón de colombianos que a su vez se habían apoderado -a la brava- de los semáforos empotrados en todas nuestras calles y avenidas. Y los artistas callejeros y vendedores ambulantes colombianos que se habían tomado del sistema de transporte, en Transmilenio y en el MIO – Masivo Integrado de Occidente- también fueron desplazados por los vecinos bolivarianos y en la calle solo se habla “venezolano”.
Alcancé yo a prestar servicios en Metrocali un par de años, empujando la aprobación de un Decreto de diciembre de 2013, que presentaba a la ciudadanía como cuerpo compacto el Manual de Convivencia dentro del sistema en el que se prohíben las actividades de mendicantes al interior del MIO y se les sanciona como infracciones, de la mano de los Códigos Nacionales de Policía y de Tránsito. ¿Pero quién lo hace cumplir?
Nadie. El alcalde Armitage dejó convertir el sistema en un mercado persa rodante y no se sabe qué es peor: sin manejar carro, tratando de sobrevivir a 500 mil motocicletas que ruedan en alocadas cabriolas, y aguantándose en cada semáforo cientos de enfurecidos lavanderos de parabrisas, calibradores de aire de llantas con palos, vendedores de melcochas, saltimbanquis, trapecistas y malabaristas que hacen volar machetes por los aires o si, huyéndoles de pavor, se mete uno a un articulado atiborrado de gente, donde vamos a caer en las garras de esos mendicantes, cantantes, raperos y reguetoneros, remedos de músicos con toda suerte de guitarras y tiples destemplados, cornetas y tambores destartalados, o culebreros y declamadores hartos de mascar marihuana, todo lo cual se ha convertido, como alguna vez editorializara Álvaro Gómez, con algún tema parecido, en “verdaderas fábricas de descontento”.
¿Y qué tal el tema de las mascotas? Antes no podían entrar a los buses, pero la ley 769 de 2002 y la Sentencia C-439 de 2011 de la Corte Constitucional, con ponencia del muy liberal -dizque de avanzada, dicen- Juan Carlos Henao, las subió de patas al bus y ya las están dejando entrar a los centros comerciales antes de que otra sentencia semejante decida “legislar” sobre la materia, y luego las veremos merodear a sus anchas por los supermercados -mostrando, obviamente, sus preferencias reveladas por los pasillos de carnes y embutidos- y ahora se pretende presentar una iniciativa parlamentaria que se ha dado en llamar EAA -Establecimientos Amigables con los Animales- para meterlos en los restaurantes, modificando el artículo 265 de la ley 9 de 1979 que expresamente prohíbe su ingreso a lugares que expendan alimentos. Ya los veremos sentados a manteles en las mesas de los comensales, degustando platillos especiales y aliviando sus intestinos y riñones en nuestras rodillas… porque hasta en Caracol ya les dieron programa en horario estelar, con voz y voto -derechos humanos fundamentales- y los veremos, pues, “hasta en la sopa”.
Post-it. Por tratar de humanizar nuestras tiernas mascotas, corremos el riesgo de animalizarnos los cándidos humanoides.