La importancia del informe recopilado por años y entregado el 22 de agosto por representantes de ejército colombiano a la Comisión de la Verdad encabezada por el padre Francisco de Roux, es absoluta e inmensa.
Es, quizá, el documento más completo e importante para construir la memoria del conflicto que desangró a Colombia por décadas. Para aclarar la verdad de lo ocurrido, para que la historia no se la tomen la izquierda u otros interesados malignos y la distorsionen y acomoden a su gusto para utilizarla a su servicio cuándo y cómo les convenga. Porque, no son pocos los que quieren perversamente reescribir nuestra historia y nosotros, los hombres y mujeres de paz y buena fe, estúpidamente estamos dejando que esto suceda.
Hoy, la importancia de este informe es mayor aún, en vista de algunos recientes acontecimientos, siendo quizá los más dañinos: la desconfianza que cada día aumenta alrededor de las actuaciones e inquietudes creadas por la Justicia Transicional (JEP) y la desaparición de importantes actores en la negociación y firma de los Acuerdos de la Habana, entre ellos Iván Márquez, de los que se desconoce su paradero y se piensa que, casi con certeza, andan reorganizando a sus secuaces en algunos de sus antiguas guaridas, acompañados de sus socios narcotraficantes.
Es que dejar un negocio tan productivo como el narcotráfico no es fácil para estos criminales, como tampoco lo es dejar de matar, secuestrar, torturar, violar, extorsionar, cuando es todo lo que se ha hecho por décadas y décadas. Eso de actuar como dioses con poder sobre la vida, el destino y las propiedades de miles de personas, en su mayoría indefensas, crea hábito, envicia. Cada criminal de estos se debió sentir como un reyezuelo, un dios, en su momento ¡Cuánto poder llegaron a ejercer! ¡Con cuánta impunidad y desaire se pavonearon por nuestra tierra! Sin dar cuentas a nadie, aliándose con otros criminales, narcotraficantes, tan corruptos y enamorados de la sangre y el poder como ellos mismos.
En esta juiciosa y extensa recopilación de documentos, basada toda en documentos encontrados a los narcoguerrilleros de las Farc y en comprobadas investigaciones de la Fiscalía, se confirma la sevicia, maldad y barbarie con que los hombres y mujeres de las Farc actuaron; hasta dónde llegaron sus mentiras, sus trampas, sus diabólicas maquinaciones.
Se confirma su odio por el expresidente Álvaro Uribe, y su inquebrantable propósito de acabar con él y sus partidarios. Tenían que destruir a su más enconado enemigo, quien había logrado propinarles los golpes más rotundos y había estado cerca de acabar con su organización criminal.
Y, valga la verdad que casi lo logran. Quizá algún día sabremos cuántos atentados fallidos hubo contra Uribe. Pero lo peor es que aún insisten en acabarlo. Si bien no han podido asesinarlo, si están muy cerca de destruir su honra y su libertad utilizando otras armas bien conocidas y muy usadas por de gentes de su calaña: falsos testigos, falsas pruebas, montajes bien pagados y jueces amañados. Y lo más efectivo de todo, agresivas y bien montadas campañas de difamación.
A este juicioso informe del ejército hay que pararle bolas. Hay que difundirlo y analizarlo. Hay que impedir que sea ignorado. Es una fidedigna constancia de los crímenes cometidos por las Farc contra los colombianos.