“A migrantes venezolanos aquí los ningunean”
Todo el día pienso en los migrantes venezolanos y lo hago para dejar de quejarme por haber huido de mi amada Séptima vertebral para instalarme en esta tórrida Cartagena, porque lo mío no fue exilio, ni asilo ni expulsión sino emigrar de mí misma, con el boleto de regreso en el bolsillo porque le hice trampa a Cortés y no quemé todas las naves.
El migrante cambia de vida, pocas veces conserva lo más preciado y cierra tras de sí una puerta que quizás tarde en volver a abrir. O de pronto nunca, porque “la emigración es una especie de suicidio parcial. No mueres, pero muchas cosas mueren dentro de ti”, según leo el desgarrado relato de Theodor Kallifatides en su libro “Otra vida por vivir”, que recoge su largo exilio desde Grecia hacia Suecia.
Si Oviedo, el del DANE, no corrige las cifras del Censo de 2018 como lo ha pedido el alcalde Pedrito Pereira, podemos asegurar que el 4,33% de los 887.946 habitantes de Cartagena es venezolano. Yo no los distingo, porque muchos son caribes y hablan parecido a los cartageneros, con un canturreo y una rapidez como “el-que-ta-ca-trá”. Y son mulatos, como los cartageneros. Y bullosos, como los cartageneros.
A los migrantes venezolanos aquí los ningunean, los negrean, los invisibilizan. Sin embargo, ellos son una presencia contundente, como Crisanto, que es una de las 38.499 personas que convirtieron a Cartagena en su casa y que llegó a la mía a instalar unos abanicos y se quedó de todero.
Cuasi ingeniero eléctrico de la Universidad Central de Venezuela, Crisanto es uno de los 27 mil venezolanos que sí tienen permiso especial de permanencia, es decir, que ingresaron de forma legal y que pueden trabajar sin tanto lío, aunque lo hagan de manera informal.
Aunque no es lo mismo, porque el migrante espera que la vida que vive cobre más importancia que la vida que dejó. “Pero todo resulta ajeno”, me dice Crisanto.
Pienso en la vida que tendrán los 540 niños migrantes que el año pasado nacieron en Cartagena; será esta su patria, un lugar de paso, un accidente existencial, un paraíso o... ¿un infierno? Un informe de Migración Colombia asegura que además de los retos en salud sexual y derechos reproductivos, los hay en salud mental para los menores de edad.
Me alegra saber que en Cartagena hay 10.771 niños migrantes matriculados en los colegios públicos y no apostados en los semáforos explotados para la mendicidad, porque de pronto serán ellos quienes ayuden a sus padres a construir nuevos recuerdos, a adaptarse a una ciudad hostil, para que no digan el día de mañana que aquí, en Cartagena, vivieron una vida equivocada.