En Crisis, su último libro, Jared Diamond, hace un repaso por la historia de varias naciones (Japón, Islandia, Chile, Indonesia, Alemania, Australia y los Estados Unidos) y analiza las crisis por las que atravesaron y las soluciones logradas con madurez y habilidad políticas.
Leí el libro con el interés puesto en el presente de protestas en todos los continentes que han surgido de la llamada “vivencia de desigualdad intensa” y cuya superación no está sólo en las manos de los gobiernos.
En el caso de Chile, al que Diamond le dedica 36 páginas pobladas de amigos innominados que dan opiniones lacónicas, me viene a la memoria mi estadía de siete meses en Santiago, en 1966, como alumno de Ilades, un Instituto de estudios sociales que fundaron los jesuitas durante la presidencia de Eduardo Frei Montalva. En esos días de optimismo no se vislumbraba el cercano colapso de la democracia chilena. Su sucesor, Salvador Allende, un socialista radical e iluso, agobiado por los supermercados vacíos y las largas colas de chilenos hambrientos, fue obligado a armar al Movimiento hacia el Socialismo (MAS). Fidel Castro llevó la orden de Moscú y recorrió todo Chile en unas largas cinco semanas de insólita visita oficial tan inocente como su presencia en Bogotá el 9 de abril de 1948.
La réplica fue un golpe de Estado bárbaro que hizo presagiar la crueldad de la dictadura de Pinochet. La crisis era inmensa, como inmensa la distancia entre los partidos democráticos chilenos, y la de éstos con los militares. Eduardo Frei, en 1979, en Caracas, durante la posesión de Herrera Campins, me pidió que le explicara cómo se llegó en Colombia al Frente Nacional. Cuando terminé el relato me dijo: “eso no es posible en Chile pues yo, que fui Presidente de las Juventudes, Presidente del Senado y Presidente de la República, no recuerdo haber invitado nunca un militar a mi casa”.
El eco de esa conversación me inquieta ahora por la revuelta chilena que no parece tener fin. El viernes pasado fueron incendiadas 20 comisarías y la polémica sobre una nueva Constitución se asemeja a las pugnas ideológicas de ese reciente pasado.
Entre nosotros, hay afán de los extremistas, como Petro, que le han apostado a la insurgencia popular, según sostiene Mauricio Vargas. Los dirigentes del paro fueron enviados al rincón de los excluyentes por la lógica de la Conversación Nacional, tan oportunamente convocada por el Presidente de la República. El gobierno se anotó un indiscutible éxito y ya tiene resultados que mostrar tanto con los jóvenes, sobre educación, como con los gremios, sobre creación de empleo formal. Se empieza a comprender que para poner fin a la incertidumbre sobre la democracia y el capitalismo se requiere el aporte de la sociedad en su conjunto, y de los empresarios en particular.
Urgen soluciones inteligentes y prácticas como la participación de los obreros en las ganancias de las empresas, en proporción que no desestimule al capital. Además de impulsar la productividad ese es el camino a la necesaria armonía social. Como dice Diamond, los dirigentes todos “deben tener la valentía suficiente como para reconocer que es lo que deben cambiar para hacer frente a la nueva situación”.