El pavoroso debilitamiento de los principios morales es otra causal del gran incremento de las ilicitudes e infracciones contra la honra, vida y bienes ciudadanos. El hombre es, por encima de toda consideración un ser moral, responsable, capaz de escoger entre el bien y el mal. No puede ser presa fácil de las tentaciones criminales. Hoy es lugar común hablar de una bancarrota moral, francamente aceptada.
La crisis religiosa es la más angustiosa de todas las crisis. La voz de la conciencia, ese poderoso clamor interior, parece que no empujara al hombre a entablar controles para evitar lo que lo daña y lo que perjudica a la sociedad. ¿Qué se hizo el temor a Dios? ¿Desaparecerá definitivamente la fraternidad entre los hombres?
En una sociedad consecuente con los postulados de la religión católica, el hombre, primero que todo, trabajaría para los demás, luego para sí y después los demás para él. Los antiguos dejaron de ser paganos, cuando los hombres fraternizaron los unos con los otros. Cuando para denominar a los múltiples y heterogéneos núcleos sociales se acude al término “familia humana” se aprovecha una de las expresiones más felices de la nomenclatura cristiana.
Una vez un doctor de la ley, preguntó: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? Jesús le respondió: amarás al señor Dios tuyo, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Este es el mandamiento primero y principal. Y el segundo es semejante a este: 2amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Con amargo desencanto exclamaba un profesor. “Me estremece el optimismo de algunos colombianos, eclesiásticos y civiles, cuando afirman, contra toda lógica, contra toda evidencia, que el colombiano no tiene tantos peligros como creo, porque es uno de los pueblos más católicos de la tierra. Cuánto diera yo porque así fuera; cuánto diera yo a condición de que las autoridades civiles y religiosas abrieran los ojos. Hay en nosotros anestesia al sentimiento de privación y por consiguiente tendencias pavorosas hacia la plenitud. Santo Tomás considera, con la razón de su genio, que donde no hay sentimientos de privación, se esconden los sentimientos de plenitud y que donde hay plenitud no puede haber cambios deseables ni posibles”.
Ciertamente nuestra religión es esencialmente epidérmica. El verdadero sentido religioso es aquel que ejerce en el hombre una influencia avasalladora. Somos un “pueblo con fanatismos pero sin convicciones”. Los latinos tenemos un antiguo vicio que consiste en predicar mucho con la palabra, sin darnos cuenta que lo que realmente arrastra es el ejemplo. Por eso exclamaba San Pablo: “Castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que habiendo predicado a los otros, yo me condene” (Corintios I, 9-27).
La frase aforística de que se predica pero no se aplica es amargamente cierta. Siendo así que uno de los fines de la religión es proporcionar al prójimo lo mejor y darle un valor social más elevado a la persona humana.