Contra Iván Duque han llovido dardos envenenados con mentiras de toda clase. Provenientes en gran parte, de la extrema izquierda internacional, poseedora de medios económicos abundantes y con importantes entronques en medios periodísticos globales.
Bien sabemos que no hay nada más venenoso y destructivo que una mentira bien utilizada. “Miente, miente, que algo quedará de tu mentira”. No en vano, el engaño y la mentira son armas que ha sido usadas en todos los tiempos, por toda clase de sátrapas y movimientos extremistas.
Las más insistentes mentiras, repetidas hasta el cansancio por los enemigos del presidente Duque, indudablemente son las referentes a su posición respecto a la paz y los acuerdos firmados en la Habana.
Desde antes de ser electo como presidente, por una amplia mayoría, los candidatos que serían derrotados esparcieron la mentira de que Duque, si resultaba electo, “haría trizas” los acuerdos de paz. Sonora frase “tanguera” que pegó fácil en el ideario popular.
De nada ha valido que su discurso y sus acciones, desde el comienzo de su gobierno, hayan probado lo contrario, porque las mentiras bien administradas calan en mentes débiles y son difíciles de desarraigar.
Falso es que Duque pretenda sacar a los congresistas de las Farc que fueron premiados con curules en el congreso por el acuerdo habanero, firmado con dichos narcoterroristas. Falso es que pretenda acabar con la JEP, cuando, precisamente, lo que pretendía con sus mínimas objeciones, sobre la implementación de esa corte, era en convertirla en más aceptable a los colombianos, en especial a las víctimas.
Pero, la mentira más envenenada de todas es aquella donde se acusa a las fuerzas armadas, y naturalmente al gobierno, de promover los “falsos positivos” con una política de evaluación de resultados operacionales, en la cual se piden resultados a comandantes y soldados. Esta, “destapada” por un periodista del New York Times y, naturalmente, aupada inmediatamente por los medios y camaradas de la izquierda nacional e internacional. ¿Acaso dicha evaluación era un secreto? Al contrario, era algo perfectamente normal que circula abiertamente entre el ejército.
Yo pregunto, ¿qué ejército en el mundo no exige resultados a sus comandantes y soldados? Más, si estos combaten en guerra frontal o de guerrillas. Dicha directriz fue calmadamente explicada, por el comandante del Ejército, y retirada inmediatamente para no crear suspicacias absurdas.
Qué mala intención de desprestigiar al gobierno tuvo el periodista, aparente amigo de las FARC. Su actuación debe ser analizada con lupa, teniendo en cuenta también la trayectoria del New York Times, siempre favorable a los acuerdos de la Habana y opuesta a quienes votamos No a dichos acuerdos en un plebiscito democrático que ganamos.
Dicho diario ha estado lejos de la imparcialidad que corresponde al periodismo responsable e imparcial respecto a Colombia. Sus opiniones, generalmente, se caracterizan por ser sesgadas hacia la izquierda, como lo es el periódico en general.
En la misma tónica de desinformación, mal intencionada, se dieron las recientes declaración de la ONU, en las que acusa al gobierno de “incitar a la violencia contra los desmovilizados de las Farc (…)” ¿De dónde sacó la ONU semejante información? Con razón, nadie duda que los poderosos tentáculos de la izquierda internacional llegan hasta la ONU. ¡Qué sartal de mentiras y dardos envenenados!