El mismo día que el Secretario de Estado, Mike Pompeo, llegó a Colombia para asistir a la III Conferencia Hemisférica contra el Terrorismo, el canciller de Venezuela, Jorge Arreaza, llegó a Irán y fue recibido tanto por el presidente Roani como por el ministro Zarif, ante quienes presentó el pesar de su gobierno por el asesinato del General Soleimán, “la mente maestra de la política internacional iraní”. No es casualidad sino evidencia de que Venezuela es un jugador en la geopolítica mundial. Maduro ha cuidado, con habilidad y petróleo, sus relaciones con China y Rusia, cuyos mandatarios, en su constante puja con los Estados Unidos, necesitan contar con aliados en América Latina.
En ese escenario no es de esperar ni elecciones libres ni el derrocamiento pronto del dictador venezolano. Los regímenes totalitarios tienen métodos probados para ocultar los descontentos populares y acallar a los adversarios. Afianzado en el poder militar que lo rodea, Maduro ha ido ganando terreno internamente y ha logrado dividir la oposición a su gobierno. El fracaso de la entrega de la ayuda humanitaria (febrero 2019) se debió a esa división insensata. No hubo quien, desde adentro, convocara y organizara al pueblo venezolano para recibir alimentos y medicinas y forzar la apertura de la frontera. A Guaidó le ha tocado hacer malabares para conservar la presidencia de la Asamblea Nacional y, por ende, la Presidencia (e) de la República. Su arriesgada presencia en Colombia la semana pasada para encontrarse con Pompeo, y su salto a Europa demuestran que tiene garras de combatiente y que será figura central en el devenir de la patria de Bolívar.
Ahora bien, no se van a conocer, por la reserva que la materia exige, los puntos claves tratados en la cumbre sobre terrorismo. A Colombia le debe inquietar la presencia de Hezbolá en estas latitudes. Esa guerrilla chií es hija directa de la Guardia Revolucionaria Iraní y sus acciones político-criminales son bien conocidas. Néstor Humberto Martínez ha contado como el atentado contra la Escuela General Santander fue perpetrado por un suicida con manifiestos deseos de su propia inmolación. Desde hace años la Policía Nacional ha estado tras la pista de dinero iraní en las universidades. El Eln y las disidencias de las Farc tienen su principal refugio en Venezuela. La plata de la coca corre a chorros para debilitar a los gobiernos democráticos. La intervención de Rusia en las protestas colombianas no es una invención de la Vicepresidencia. Todos estos son datos que no se pueden ignorar y que, sumados, preocupan.
Es más, en el contexto internacional, mientras Putin y Xi Jinping se consolidan, a Trump se le abre juicio político. Saldrá seguramente absuelto, pero puede ser un escollo para su reelección.
En las relaciones entre las naciones conviene recordar el consejo clásico de Montesquieu: “….las distintas naciones deben hacerse, en la paz, el mayor bien posible, y, en la guerra, el menor mal posible, sin dañar a sus verdaderos intereses”. La diplomacia ha encontrado múltiples maneras de dialogar con el adversario. El realismo político no implica abandonar la lucha por los valores democráticos. No es conformismo ni desmayo en el respaldo a la lucha por la libertad del bravo pueblo. En los dos mil y más kilómetros de frontera común con Venezuela tenemos, también, problemas e intereses comunes.
PS: Ante el vandalismo criminal de las marchas el pueblo colombiano le pide al Sr. Presidente Duque y a los Alcaldes: Autoridad, Seguridad y Orden.