En su columna de los viernes en El Tiempo, Eduardo Posada Carbó nos ilustra sobre los estudios más actualizados que se refieren a la democracia. Posada se ha constituido en un celoso guardián de los valores del sistema que rige en la mayoría de los países de occidente. Anoto, si, que en los análisis académicos e intelectuales que referencia prima la visión de la democracia en el mundo desarrollado. Y, con razón, pues son esos ejemplos los que repercuten en la civilización contemporánea. Un solo caso: la radicalización grosera de la política norteamericana hace temer por el futuro de la democracia misma
En el ámbito latinoamericano son dos los factores claves que han incidido en sus continuas crisis institucionales: El aprovechamiento de las garantías que la democracia ofrece para tomarse el poder y desde el poder destruirla sin pudor alguno. Están a la mano los casos de Venezuela y Nicaragua, países en los que impera una dictadura sin mascara, aunque Maduro aun payasea hablando de democracia. La inhabilitación a María Corina es la notificación de un régimen que no propiciará nunca elecciones libres
El otro factor, ciertamente global, ha tenido consecuencias en todos los ámbitos del Estado en América Latina: la captura del Estado democrático por el capital financiero causa de la crisis económica 2008/09. Fue el momento del regreso del Estado arrinconado hasta entonces por los adoradores del mercado que le apostaron todo a la especulación, y cuando no les funcionó el esquema de crear valor de la nada tuvieron que llamar al papá Estado. El dinero destinado a conjurar la crisis alcanzó cifras alucinantes en el mundo desarrollado. En cambio, el Estado en Latinoamérica quedó más pobre de lo que era.
Ese Estado fue poco lo que pudo hacer distinto a endeudarse para enfrentar débilmente la crisis local. Y esa deuda lo tiene atado y no le ha permitido combatir la pobreza que nos circunda. El solo servicio de la deuda 2023 en Colombia supera el recaudo de tres reformas tributarias. Ese es un lastre que no permite el desarrollo ni el ascenso humano de nuestros pueblos.
Cuando el presidente Petro, como antes Duque, reclama por un canje de la deuda por servicios ecológicos, está abriendo la puerta a una solución que tendrá que darse más temprano que tarde. Además, después de la pandemia del covid-19, el Estado está más exigido. El pueblo tomó conciencia de que desde el gobierno central se podía llegar a la población habitualmente marginada, como se hizo con las vacunas y con el Ingreso Solidario. El gobierno Petro ha optado por aunar los subsidios para mayor focalización. Ojalá esa decisión pueril de acabar con lo que funcionaba para innovar, aumentar el aporte y ampliar la base, sea suficientemente exitosa.
El desafío es más exigente en la Colombia de hoy. La extensión de los cultivos de coca y la consecuente mayor producción se enfrenta a bajos precios por la competencia del fentanilo lo que deriva en el crecimiento del microtráfico y el dominio criminal sobre vida y haciendas en amplias comarcas de la geografía colombiana.
Hay la sensación de que el gobierno Petro no la ha dado a la seguridad la prioridad que hoy reclaman desde los 32 gobernadores hasta el último de los alcaldes. El anhelo de la paz total ha sido respondido por la subversión y narcotraficantes con más territorios conquistados y con más acciones contra la población civil. En este panorama de desesperanza no hay ideología que valga. La respuesta es la presencia de las fuerzas armadas y de policías para que restablezcan el orden constitucional. Para mañana es tarde.
Seguramente Posada coincide con Aristóteles en que “La seguridad es la razón de ser del Estado”.