Cuando hace ocho años la Corte Internacional de Justicia de La Haya nos quitó 75.000 kilómetros cuadrados de la zona marina circundante de San Andrés, para entregarlos a Nicaragua, se levantó una polvareda de malestar increíble contra el gobierno de Bogotá. El presidente Santos y su equipo lograron aplacar la situación implementando un amplio programa de recuperación económica y pesquera en el archipiélago. Me tocó participar como ministro en aquel esfuerzo. Y, por tanto, pude ser testigo de primera mano de lo que no dudo en calificar fue una muy seria emergencia político-diplomática.
Nicaragua, ni corta ni perezosa, salió con sus lanchas patrulleras a hostigar la pesca que desde siempre habían ejercido los pescadores colombianos en aquellas aguas, de las que injustamente nos despojó el fallo de la Haya. Fue extremadamente arrogante y provocadora su actitud. Y eso ayudó en gran medida a exacerbar los ánimos de los isleños contra el gobierno de Bogotá. La lección que me dejó ese episodio es que el ejercicio de la soberanía de Colombia sobre sus islas pende de un débil hilo que en cualquier momento puede romperse, ya sea por la actitud siempre hostil de Nicaragua o por viejos resentimientos que subyacen entre en amplio sector de los habitantes del archipiélago contra unas autoridades de Bogotá que las perciben distantes e indiferentes.
Traigo todo esto a cuento pues la tragedia sobre Providencia y San Andrés causada por los huracanes recientes, que dejaron devastados su infraestructura física y las posibilidades del turismo del que viven en un 80% estas islas, y cuya rehabilitación va a tomar varios meses sino años, tenemos que mirarla con sumo cuidado. O sea, no es un asunto menor. Puede estar allí el germen de un nuevo brote de insatisfacción contra las autoridades de Bogotá una vez que pasen los meses, y se perciba que la rehabilitación económica y de la infraestructura va a tomar más tiempo de lo que inicialmente se pudo haber pensado.
El Presidente Duque se ha estado moviendo con la intensidad que la situación amerita. Además de las ayudas de primeros auxilios, ha designado ya una gerencia sobre la cual recaerá la dura responsabilidad de movilizar las fuerzas y los recursos para lograr una rehabilitación pronta y eficaz de la calamitosa situación en que dejaron a las islas los huracanes. Pero ahora viene lo más duro. Y, sobre todo lo que más tiempo toma: la rehabilitación de la infraestructura y de la actividad económica en el archipiélago. A la tristeza inicial va a seguir la desesperanza, y luego el desespero de los isleños cuando comprendan que no solo la reconstrucción física sino el tejido económico para que el turismo retorne lo mismo que la pesca y el comercio, que finalmente es de lo que allí se vive, va a tomar un tiempo considerable: meses, acaso años. La tristeza inicial puede tornarse muy fácilmente en malestar y rabia contra las autoridades de Bogotá. Por más buena voluntad y diligencia que éstas demuestren, como creo que lo están haciendo.
Frente a una calamidad natural de estas proporciones por supuesto no bastan los primeros auxilios. Estos son necesarios, claro, pero sigue lo más complejo y demorado: la reconstrucción física de las viviendas cuando ello sea factible; la construcción de nuevas cuando sea necesario; la reconexión de los servicios públicos; la rehabilitación de los edificios públicos y del mobiliarios urbano respetando naturalmente el paisajismo y la arquitectura caribeña que le es propia a las islas; revisar en qué estado han quedado los muelles y la flota pesquera; la reconstrucción de hoteles, pensiones y comercios; en fin, hay que reinventar la vida social y económica en estas sufridas islas.
Hay que colaborar y desearle el mejor éxito al gobierno en esta exigente tarea gerencial que se vino encima. No es nada fácil: hacer las cosas bien no significa hacerlas a la carrera. Pero hay que realizar el programa de reconstrucción tan pronto como sea posible. Recordemos que la mecha del malestar contra las autoridades bogotanas no está apagada. Y en cualquier momento puede prenderse. Como estuvo a punto de estallar hace ocho años.