Aldous Huxley (Un mundo feliz, 1931) imaginó una Utopía en la que la gente es supuestamente feliz porque está controlada por, llamémoslo así, el Estado. Hasta los bebés se conciben artificialmente. Esa ficción no está hoy, ochenta años después, lejos de la realidad. Los “progres” y los supuestos defensores de los derechos humanos son amigos de que el Estado tenga cada vez más poder y meta las narices en todos los asuntos. Una de las razones por las que triunfó el sí en el brexit fue precisamente porque la Comisión y la Corte Europeas pretenden regular todo lo que los Estados consideran como fuero propio. El gran hermano (George Orwell, 1984) imaginó un sistema en el que todo lo vigila el Estado. Hoy hay quienes creen que nuestro mundo actual es cada vez más orwelliano.
Charlie Gard es un bebé nacido hace once meses en Inglaterra con una enfermedad denominada síndrome de depleción del ADN mitocondrial, considerada incurable hasta ahora. Está hospitalizado y sostenido con vida artificial. El gobierno británico quiere desconectarlo pero sus padres se han opuesto. La Corte europea decidió apoyar al gobierno británico que aduce “razones legales”. Un hospital del Vaticano y otro en Estados Unidos, han ofrecido recibir y tratar al bebé. Sus padres han colectado algún dinero de manera que ni siquiera el traslado le costará al gobierno inglés, no obstante lo cual se opone al mismo por las mismas “razones legales”.
Candela Sande (Actuall, 6 julio 2017) hace un interesantísimo análisis del caso para sostener que no se trata de si se debe a no aplicar la eutanasia, aceptada en algunas partes del mundo para enfermos terminales. ¿Por qué insisten en que muera Charlie incluso después de que sus padres han optado por pagar un tratamiento privado, para que no sea la salud pública la que deba asumirlo? La respuesta de Sande es: porque no se trata de su vida o su muerte, ni tampoco de la sanidad pública, sino de dejar claro que los hijos son propiedad del Estado, y en ningún caso deben ser sus padres quienes dispongan lo que más le conviene. Sande agrega: “De hecho, ¿qué importa lo que se diga en la ley fundamental, si lo que vale es la interpretación que haga de ella un tribunal?” y continúa que, como son los padres o, si se prefiere, su familia los que crían a sus hijos y les enseñan a montar en bicicleta, el niño al crecer siente lealtad por quienes lo han traído al mundo y han sido los primeros en ayudarle a comprenderlo. A su vez sus padres desarrollan apego por la criatura y la acompañan en su desarrollo y hasta le echan una mano en tiempos de vacas flacas. “Y eso es lo que el Poder, un dios celoso, no soporta. Y por eso tienen que dejarnos muy claro que nuestros hijos no son nuestros, sino suyos.”
“No le demos más vueltas… la familia es el enemigo a batir”. Por eso los “progres” se oponen a que sean los padres los que decidan la educación de sus hijos o “puedan impedir que en la edad más tierna e impresionable, les enseñen aquello de que el género es una construcción cultural’ sin relación alguna con la realidad biológica y les animen a ‘explorar’ su sexualidad.”
Lo que nos espera.