Una de las cosas que más se reprocha al expresidente Donald Trump es el abandono, por parte de Estados Unidos, y propiciado intensamente por su Administración, del “orden legal internacional” y del multilateralismo. Algo que, por otro lado, defienden sus (todavía) valedores, recelosos de lo que llaman, en el mejor de los casos, “globalismo”. Un “globalismo” cuya expresión cimera son las organizaciones internacionales, y que, a su juicio, constriñe excesivamente el margen de maniobra de los Estados Unidos, imponiéndoles toda suerte de condicionamientos a la hora de ejercer su derecho a perseguir y defender su interés nacional.
(Ese “antiglobalismo”, huelga decirlo, no es exclusivo de Trump y de algunos sectores políticos estadounidenses. Lo comparten también líderes políticos de todos los pelambres en otras latitudes, e incluso, en el vecindario suramericano).
Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, llamó a esa práctica -menos anómala en la política exterior estadounidense de lo que podría pensarse- la “doctrina de la retirada”. Retirada de la Asociación Transpacífica (TPP), de la OMS, del Acuerdo Climático de París, del Tratado de Cielos Abiertos, del Plan Integral de Acción Conjunta sobre el programa nuclear iraní, del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, del Tratado sobre Comercio de Armas, de la UNESCO, del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Retracción, que no retirada, de la OTAN, y de sus compromisos con algunos de sus aliados tradicionales. Torpedeo al mecanismo de solución de disputas de la OMC. Todo ello en aras de poner a “America first”.
(No está claro que esa doctrina haya servido, realmente, a ese propósito, y, a juicio de muchos, ha resultado más bien contraproducente, dejando a “America, alone”).
Una de las cosas, en cambio, que mayor expectativa genera del nuevo gobierno de Joe Biden es la posibilidad de que dé un giro significativo a esa conducta de política exterior. Él mismo ha dejado entrever que así será: en lugar de “America first”, “America is back”, lista para ocupar el lugar que le corresponde “en la cabecera de la mesa, otra vez”. Parecería que ya lo está haciendo, y que a la retirada, la reemplazará el regreso: a la OMS y al Acuerdo de París, por ahora, y no más haberse instalado en la oficina oval, desde la que también ha enviado a Rusia un mensaje positivo sobre la prórroga del Nuevo Tratado sobre Armas Estratégicas.
No puede uno menos que celebrar tales intenciones, ya traducidas en hechos para nada deleznables. Que Estados Unidos regrese al redil del multilateralismo no puede ser sino positivo. Aunque Biden descubra, más pronto que tarde, que la mesa ya no tiene cabecera, que es cada vez más poligonal y abierta, más concurrida, que las apetencias de los comensales son cada vez más heterogéneas, y más voraz su apetito. Y que, por si fuera poco, las recetas y el menú tradicionales -que conoce muy bien- han perdido parte de su gusto, y son, cada vez más, insuficientes.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales