Degradados | El Nuevo Siglo
Viernes, 9 de Diciembre de 2016

Que pasa todos los días, sí, parece que sí. Porque somos una sociedad corrompida y degradada moralmente. Pero hay más. Somos incapaces de una respuesta ética.

Empiezo por el punto de partida de un hecho que no debió suceder jamás. La observancia de los padres, educadores, amigos de Rafael Uribe Noguera cuando este fue niño, adolescente, joven. Nos hemos vuelto laxos o nos parece que las conductas morales son del fuero privado. Pero resulta que no. En nuestra relación con el otro, lo moral adquiere carácter público, se convierte en asunto ético. Sin embargo nadie hizo nada.

Los hermanos tampoco. O sí. Pero en contravía no solo de la moral (matar es pecado) sino de la ética a la que estaban obligados porque tenían herramientas y criterio para actuar en ese punto ciego que es una situación de radical excepcionalidad. La ética aparece justo cuando uno no puede encontrar a priori una respuesta a la pregunta kantiana ¿qué debo hacer?

La moral tiene que ver con nuestra cultura, nuestro mundo, nuestro entorno, nuestra crianza, nuestros valores de clase y cultura. Por ello cambia lo moral entre un pueblo y otro, entre una religión y otra, aunque eso sí, hay acuerdos tácitos e interdictos frente a ciertos actos: robar, mentir, matar.

La ética es cosa mayor, porque está ligada a la vida. Ser ético, advierte Mèlich en La Ética de la Compasión, “es estar pendiente del sufrimiento del otro; (…) es la respuesta que le damos al otro  (…) con el que cohabito en el mundo, sea o no como yo”.

Pero Yuliana no era alguien, era algo, nada, desechable por su condición social, una cosa a la que instrumentalizó para sus bajas pasiones. Lo peor es que para sus hermanos -si limpiaron la escena del crimen- también la niña fue un medio para justificar los exacerbados sentidos de Rafael Uribe Noguera.

Quiero ser un gato, como Momo, más ético que mis congéneres, porque es capaz de lamer las heridas de Píccola. Y mientras, resuenan en mi cabeza los versos de Günter Grass, en Antes de que sea demasiado tarde:

"Que nadie diga, como con tanta frecuencia, que eso no lo sabíamos/ Ni uno de los justos mudos/ debe quedar después sin mancha./ Que nadie guarde silencio toda la semana/ y hable libremente el domingo./ No queremos levantar nunca más monumentos/ a víctimas en que antes no se pensó./ En el espejo nadie podrá reflejarse/ sin culpa ante sí mismo".