El observador desprevenido que atienda los acontecimientos de la última semana en Colombia se puede llevar un gran susto y hasta salir corriendo. La democracia está en crisis, no sería para menos. Observemos los hechos:
El domingo salieron al rompe importantes columnistas a presentar la radiografía que arrojaba su análisis de las encuestas sobre la institucionalidad colombiana; salvo las Farc, que ya la registran como tal, todas se rajan, incluyendo Congreso, Cortes, Órganos de control, partidos políticos. La imagen positiva del Gobierno está en su mínima expresión; la clase política ni se diga.
Acabamos de firmar la paz y las agresiones verbales entre los representantes de los dos viejos contrincantes, Gobierno y guerrilla, cada vez suben su umbral; acusaciones reciprocas de incumplimiento; no les cumplieron con los campamentos ni suministros, dicen unos; otros responden que están pidiendo cosas exageradas, que no regresan los menores; ya hay desertores. Bueno, como para volver a coger el monte.
De otro lado, el Informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes 2016, JIFE, indica que la superficie dedicada al cultivo de coca ha venido aumentando desde 2014, de 69.000 hectáreas pasamos en el 2015 a 96.000 que ya deben estar superadas. Según el Departamento de Estado se bajó la guardia para no incomodar a las Farc. Todo indica que las relaciones con Estados Unidos vuelven a narcotizarse, y ese será el tema central.
Los militares retirados le hacen llegar una Carta al Gobierno donde la manifiestan su preocupación por la Justicia Especial para la Paz. Un ministro presuroso trata de calmarlos diciendo que claro que la Jurisdicción Especial comprenderá los falsos positivos, desatendiendo, al igual que en el Congreso la advertencia de la Fiscal de la Corte Penal Internacional.
El comienzo del año no muestra sino altibajos en la economía. El impacto del aumento del IVA ya comienza a golpear los consumidores y a reflejarse en los principales centros de consumo. Los resultados sobre el desempleo no son halagüeños.
El fantasma de Odebrecht sigue su curso; como un huracán en crecimiento ya empieza a cobrar víctimas en los sectores gubernamentales, empresariales y políticos y sobre todo a enfilar responsables que comienzan aparecer por todas partes. Dejan con rejón de muerte a la pasada campaña política presidencial. Por supuesto que los dineros mal llegados no están registrados en los libros; con ellos pagan gastos y compromisos por fuera de la contabilidad como siempre sucede. Los partidos políticos tradicionales quedaron en el paredón, al punto que el partido conservador no se siente cómodo y estudia la posibilidad de renunciar a sus prebendas burocráticas, ya bastante diezmadas; le cambiaron la procuraduría por un Ministerio que todavía no encuentra su destino. Tienen a exministros y exministras al borde del exilio para evitar las persecuciones judiciales, que ya las llaman “políticas”.
Bueno, así son las democracias, totalmente imperfectas, pero todavía no inventan mejor sistema para gobernar los pueblos. Ojalá que quienes tienen la responsabilidad de investigar y de hacer justicia en la hora de ahora, no sean inferiores a su compromiso.