El expresidente Samper dijo hace poco que “aquí lo que hay no es una campaña política sino un proceso de polarización social”. El columnista Castillo Cardona dijo recientemente las siguientes lindezas: “si en la segunda ronda se enfrentan Uribe (por interpuesta persona) y Petro, gane quien gane, con un país tan dividido y fraccionado, nos veríamos en una institucionalidad constitucionalmente correcta pero inestable, por las intenciones de los dos contendientes. Ambos quieren cambiar el presente…Pero, un bando quiere volver al pasado, con toda la reacción, el sufrimiento y la violencia que eso significa, contando con el odio y la intemperancia de Uribe. El otro quiere transformar la desigualdad, la corrupción y el quehacer político… no creo que Vargas Lleras haya dado pasos para borrar su imagen de autoritario y derechista.”
Yo he sostenido que lo que en otros países llaman democracia aquí lo llaman polarización: un gobierno y una oposición que, obviamente, piensan distinto y proponen diferentes políticas de gobierno. Es verdad que en Colombia ha habido históricamente, con un par de excepciones, elecciones libres y democráticas, o casi - nos acordamos con amargura de la de Samper embadurnada de dólares non sancti, y la segunda Santos con ida de luz en la costa incluida-.
Pero la democracia es, además, un sistema de pesos y contrapesos entre los poderes del Estado. El Estado actual no es propiamente un modelo de independencia del legislativo y el judicial enmermelados hasta las cachas. El desprecio gubernamental por el plebiscito de octubre de 2016 no habla mucho del respeto a la Constitución, pero se hizo con la complicidad del Congreso y de la Corte constitucional.
Cuando se empiezan a usar términos como los que citamos arriba, y se pierde la decencia y se pasa a los insultos, es cuando surge la polarización. Si usted defiende el gobierno de Uribe, es furibista; si votó en contra del plebiscito es “enemigo de la paz”; si no le gusta la adopción homosexual, el aborto o la eutanasia, es “godo retrógrado”; si cree que las Farc deben pagar cárcel por sus crímenes es “paramilitar”; el candidato que no es mi gusto está lleno de odio y de intemperancia, o es autoritario y derechista. ¿Cómo no hablar entonces de polarización?
Todos recordamos el caso del hacker y cómo se empezó a perseguir a los funcionarios del gobierno de Uribe porque, para mencionar un par de ejemplos, un ministro firmó un contrato con la OEA igual al que habían firmado todos los ministros anteriores sin que les pasara nada y la Corte ha llegado a pedir su extradición de los Estados Unidos; o unos ministros “influyeron” para que una congresista cambiara su voto y están presos y no se les ha dado casa por cárcel porque son “altamente peligrosos” y eso sucede en el país de la mermelada.
Estamos a menos de una semana de las elecciones. Gracias a Dios contamos con un Procurador, un Fiscal, un Defensor del Pueblo honestos y respetuosos de la Carta, y un Registrador al que no se le va a ir la luz en la costa ni va a permitir que le hackeen los computadores. Podemos creer que los votos sí serán los votos.
Que cada cual vote por quien quiera, pero sin “polarización”.
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Coda: el domingo se llevaron a cabo las elecciones en Venezuela manipuladas y disfrazadas de democracia. Algunos querrían que las nuestras fueran así. Pero, depende de cómo votemos, confiemos en que eso no va a suceder en el futuro.