Para la celebración de los días del Patrimonio Europeo, el 15 y el 16 de septiembre, los monumentos nacionales de los países que conforman la Unión Europea abrieron sus puertas de forma gratuita a todos sus ciudadanos.
En París, la ciudad contribuyó al ambiente de celebración declarando el domingo 16 Día sin carro. El resultado fue una ciudad con calles inundadas de peatones encantados de poder visitar todos sus monumentos, sin costo alguno. Cierto, hubo largas filas para entrar a todo, pero la alegría general y la organización y respeto en todas partes hizo que el tiempo pasara volando.
En la mañana seleccionamos visitar La Sainte Chapelle, en la Isla de la Ciudad, pues hacía un fuerte sol que iluminaba fantásticamente sus monumentales vitrales policromados quizá los más hermosos del periodo “radiante” de la arquitectura gótica europea. Estos vitrales forman un conjunto homogéneo de 15,35 metros de alto que recubren, prácticamente, todos los lados de la capilla y representan, en sus diferentes paneles, escenas de la Biblia.
El rey Luis IX, bien conocido como San Luis de Francia, ordenó su construcción en 1242 para alojar la corona de espinas, partes de la cruz, el hierro de la lanza, la esponja y otras reliquias del martirio de Jesús, rescatadas de los infieles hacia el año 326 por Santa Elena, madre del emperador Constantino.
En toda la ciudad había ferias, así que almorzamos a la sombra de Notre Dame, al borde del Sena, en una feria de comidas de la región de los ríos Lot y Garona: pan francés “baguette” con una salchicha de pato y cerveza de la región. Un barco inflable de la policía cuidaba que nadie se cayera al agua, pues cientos estábamos sentados verdaderamente al borde del rio.
En la tarde visitamos el Palacio de Luxemburgo, construido en el siglo XVIII por la reina regente María de Medici, madre de Luis XIII. Este palacio normalmente no abre al público, pues en el funciona el Senado de la Republica; fue muy interesante poder entrar a conocerlo, a pesar de una fila de más de una hora.
En su interior recorrimos el sobrio salón de sesiones del Senado (345 senadores), la capilla real, el magnífico salón de recepciones: de 57 mt. de largo por 10 de ancho y 11 de alto, donde se conserva el trono de Napoleón I; sus techos están decorados con “La epopeya de Francia”, la historia de país galo desde Carlo Magno, dibujada por Henri Lehmann y Adolph Brune. Cuelgan allí 8 gobelinos de gran factura. Lo más bello, las dos bibliotecas, la principal con techos decorados por Delacroix (recuerden su famoso cuadro de la toma de la Batilla); aloja un invaluable tesoro en libros incunables. La biblioteca anexa es otra joya, lo mismo que la pequeña sala del “libro de oro” y las dos grandiosas escaleras de honor, todo decorado exquisitamente.
La visita incluyó un paso por las oficinas del presidente del senado, donde hacen la guardia, elegantes militares en uniforme de gala con todas sus condecoraciones y penachos. ¡Bellos!
Terminamos exhaustos, pero felices. Uno de esos días no planeados, que suceden cuando uno viaja y se encuentra con eventos especiales que no tenía en su radar. París siempre sorprende, es inagotable, se renueva constantemente; de ahí su ilimitada energía.