DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Domingo, 31 de Marzo de 2013

Amor a primera vista

 

La relación entre el Papa Francisco y miles de millones de creyentes y no creyentes es un elocuente  caso de amor a primera vista.

Cuando apareció en la ventana abierta sobre la Plaza de San Pedro,  su personalidad impactó a una inmensa multitud esparcida por toda la tierra. Eran evidentes su bondad, la sinceridad de sus palabras, la naturalidad de su comportamiento.

Las historias que comenzaron a correr inmediatamente ratificaron esa primera impresión, en la cual coincidían desde los cardenales del cónclave cuya brevedad fue  todo un mensaje, hasta el más humilde espectador, plantado frente a la vitrina de un almacén con televisor encendido.

Los expertos anti vaticanólogos, que viven anunciando  la irremediable decadencia del cristianismo y en especial de la Iglesia Católica, no acaban de comprender lo sucedido. Tendrán que desinflar sus exageraciones  para entender que, como seres humanos, los miembros de la Iglesia, se equivocan y la institución misma muestra imperfecciones. Pero, como lo dijo su fundador, ”las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.

En ese contexto,  las acciones del Papa tienen un significado trascendental, prueban la autenticidad de su comportamiento  y hacen resonar más fuertemente sus enseñanzas, inclusive en los fríos  corazones de los anti vaticanólogos. Pueden  derramar ríos de tinta agrandando las fallas eclesiásticas, pero hasta el cambio de color de los zapatos envía un mensaje más profundo, que resuena en todo el mundo.

Esta reacción emocional sienta las bases para la  evangelización que busca acercar a Dios nuestra “humanidad agobiada y doliente”.  Para muchos, la preocupación por los pobres y los olvidados sonará revolucionaria aunque, en verdad, es apenas una nueva etapa de la misión de la Iglesia, que saldrá a la periferia en busca de quienes más necesitan su guía, y la refrendación de los valores predicados desde cuando  unos humildes pescadores comenzaron su labor apostólica un día de Pentecostés.

Después de esta Semana Santa viene la fase instrumental  del nuevo pontificado. Los nombramientos de los encargados de administrar la Iglesia y los ajustes en la burocracia central, sin duda corresponderán a los rumbos fijados por el Pontífice, y mucho tendremos que orar para que los propósitos papales se extiendan a lo ancho del mundo eclesiástico,   para conmover  parroquias y conventos e infundirles nuevo aliento a  sus obras.  Para los obsesionados por las cosas materiales,  que tantos dolores de cabeza causaron con sus manejos financieros, la admonición no puede ser más contundente: “el sudario no tiene bolsillos”.

 

 

Por supuesto,  habrá dificultades. Pero ni son insalvables, ni son las peores sufridas por la Iglesia a lo largo de  más de veinte siglos de existencia. Por algo es una obra de Dios dirigida por un hombre de Dios, que les recordó a los cardenales usando una frase de Benedicto XVI: “ustedes son príncipes de un rey que está crucificado”.   

Lo que pudiéramos llamar  el programa de gobierno es claro. Es el mismo que inspiró a los santos y a los grandes Papas. Está escrito en el Evangelio.