DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 14 de Junio de 2013

La “vía diplomática”

 

Las apariencias indican que había retornado la calma en las relaciones con Venezuela. Duró poco el escándalo desatado por la visita a Bogotá del candidato presidencial Henrique Capriles. Se aplacó  el vocerío y todo pasó sin que pasara nada. Al menos por ahora…

Aprovechando que los ánimos se tranquilizaron, debemos repasar lo ocurrido y aprender la lección, si no queremos  que se repita este tipo de situaciones.

 

Comencemos por precisar qué se entiende por vía diplomática. Nuestro Gobierno actuó con máxima prudencia negándose a entrar en la criticada diplomacia del micrófono. Pero  los acontecimientos de estos días destacan un contraste evidente: las declaraciones altisonantes del presidente Maduro no solo son  públicas sino lanzadas en una caja de resonancia, que va desde el coro de sus amigos del Socialismo el Siglo XXI hasta la amplificación al máximo por el aparato publicitario montado a su alrededor.

 

El Gobierno colombiano dijo que trataría la situación “por la vía diplomática”. Es decir, nos acusan en público hasta de planear asesinatos y se responde en privado. Los ataques resuenan por todo el mundo y la respuesta se desliza silenciosamente por “la vía diplomática”. Claro que el despropósito de las acusaciones hacía innecesaria una respuesta del mismo calibre. Pero no es bueno dejar  pasar el incidente en silencio,  para que no se crea que Colombia está dispuesta a aceptar acusaciones desorbitadas sin dejar oír siquiera una palabra de rechazo pronunciada con la mayor suavidad diplomática.

La opinión nacional habría quedado más tranquila si hubiera visto al embajador venezolano en Bogotá entrar a la Cancillería, formalmente invitado para recordarle que Colombia es libre de recibir a quien le plazca, sin necesidad de pedirle permiso a nadie, y que nuestros presidentes son demócratas de este siglo y no tienen la costumbre de armar  conspiraciones para envenenar a los vecinos, como cualquier intrigante de las cortes maquiavélicas del Renacimiento.

Sería bueno aclarar, asimismo,  que las conversaciones de La Habana no pueden usarse como una herramienta para presionar decisiones del Gobierno colombiano; que están previstas como un medio para evitar que prospere la violencia entre nosotros, y que los países que cooperan con este propósito están allí para acompañar el proceso y no para  amenazarnos con sabotearlas o, mejor dicho, con enfriarlas, para usar lenguaje diplomático.

La oportunidad de aclarar estos temas no está perdida por completo. Todos los días escuchamos declaraciones oficiales de nuestro Gobierno vecino, que repite las acusaciones con  cualquier pretexto o sin usar ninguno, en una especie de   réplicas como las de  temblores menores que siguen  después de calmado el estremecimiento principal.

El siguiente pretexto fue el ingreso a la Organización del Tratado del Atlántico Norte que, como era previsible, nos  negaron reduciéndolo a una cooperación que es todo lo que puede hacerse mientras no cambien los reglamentos de la OTAN y Colombia no pueda trasladar su territorio a Europa.

Sobre este asunto tampoco nos puede pedir nadie explicaciones de ninguna clase y si alguien lo hace no tenemos por qué dárselas. Ni por el micrófono ni por la “vía diplomática”.

Y en estas íbamos cuando surgió el invento de los aviones… ¿Cuál será el de los próximos días?