DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Jueves, 24 de Noviembre de 2011

 

Así  pasa la gloria en este mundo
 
Las imágenes de Manuel Antonio Noriega, encadenado de pies y manos, con uniforme de interno, que abandona su prisión de muchos años para seguir un camino de extradiciones y nuevos encarcelamientos, nos recuerda lo efímera que es la gloria en este mundo.
Sobre todo ahora que entramos en la era de la inconformidad, una rara época en la cual los pueblos parecen desfogar sus frustraciones contra quienes ejercieron el poder, como una especie de revancha. Alguna explicación tendría esta oleada cuando han sido mal dirigidos, pero la rabia no distingue, como efecto del contagio pronto la descargarán también cuando fueron bien gobernados. 
En este mundo de la política y el poder, la gloria pasa pronto.
Si no, que lo digan los crueles ejemplos recientes, cuya ilustración más elocuente era, hasta hace unos años, la escena de la estatua de Sadam Hussein derribada por manifestantes que la estrellaron contra el piso, con un cable atado al cuello de bronce. Al poco tiempo, fue reemplazada por la del autócrata de Irak, con la cara oculta por una tupida barba, ahorcado al final del juicio que lo condenó.
O que lo digan los egipcios, cuyo mandatario de varias décadas cayó de la cúspide a la cama de enfermo, perseguido por el odio de sus conciudadanos, que reivindicaron la capacidad de las protestas callejeras para forzar decisiones políticas y tumbar gobiernos.
O Gloria Macapagal Arroyo, dos veces presidenta de Filipinas e hija del ex presidente Diosdado Macapagal, a la cual le cobran ahora, judicialmente, un fraude que le atribuyeron hace más de 15 años, que no pudo salir de su país, la detuvieron con centinela de vista y no encuentra refugio ni en el lecho de un hospital a donde acudió como instancia desesperada.
O Gadaffi, quien del esplendor petrolero que aprovechó para sembrar terrorismo en cielo y tierra, pasó a las cañerías de aguas negras y terminó cazado en un aterrador final.
Casos similares encontramos en los últimos días de Pinochet y el calvario inconcluso de los militares argentinos. 
El lánguido final de Berlusconi, Zapatero o Papandreu recuerda también lo volátil de la gloria terrenal. Y el amargo futuro que le espera a Noriega ratifica, en forma dramática, que las pirámides del poder no son inamovibles. Por el contrario, queman mientras se extiende por el mundo esa sumisión a quienes ejercen la autoridad, cuando la tienen, y el rechazo cuando la dejan. 
Si esta era se prolonga, los tronos, las sillas presidenciales y el asiento de los Primeros Ministros se convertirán en sitios del más alto riesgo. Se dirá que no es una revancha envidiosa o una venganza por los malos tratos recibidos desde arriba, sino el castigo por los excesos de un poder ejercido abusivamente. Pero no es solo eso, además de la resistencia hacia la autoridad es ostensible el afán de cambiar hasta lo bueno y considerar que, después de la gloria del mando, vienen un purgatorio inevitable o un espantoso infierno que son el precio de haber tenido preeminencia.
Así es de transitoria la gloria de este mundo.