DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 27 de Septiembre de 2013

La violencia no es un juego

 

La violencia comienza en las palabras y termina  en los cementerios. Por eso, el llamamiento de la Selección Colombia, que pide sensatez y cordura para desterrar la violencia del fútbol, no se debe limitar al terreno deportivo. Es una voz sensata en medio de la insensatez de los últimos días.

Los asesinatos de hinchas que vestían camisetas de sus equipos favoritos es un trance de locura. Uno más en la serie de episodios que muestran hasta dónde llega la intolerancia, y cómo son de profundos los abismos de irresponsabilidad que se volvieron  habituales en el país. Aunque lo parezcan, no son brotes aislados sino consecuencias de un clima explosivo, que salta a los extremos por cualquier motivo. Nadie parece comprender  que la violencia verbal es apenas el principio de la violencia generalizada.

Y el lenguaje se endurece hasta volver imposible la conversación con quien  no esté absolutamente de acuerdo, los comentarios que no sean de alabanza total se miran como ofensas y las críticas, por moderadas que sean, se reciben como agresiones directas. Al paso que vamos en esa escalada, pronto ni siquiera se podrá saludar sin                      que los buenos días se tomen a mal.

La campaña política  está envenenándose desde el comienzo con ataques personales de una virulencia desusada, las ofensas que van  de mala manera regresan peores, y lo que sigue es la violencia física. Y los ciudadanos comunes y corrientes no salen de su asombro al comprobar que los aspirantes a conseguir  votos piensan que con más ataques al competidor, más adhesiones consiguen. No se esfuerzan por demostrar que son los mejores. Su lema parece ser “vote por mí que mi adversario es peor que yo”.

Es una lección diaria de mala educación que enardece los ánimos y los empuja a la confrontación brutal. Las guerras comienzan por una palabra y terminan sembrando de cruces los camposantos. Pero nadie parece recordarlo a pesar de respirar en un ambiente de belicosidad asfixiante, cuyo costo pagamos en todos los órdenes de la vida.

Con la piel hipersensible por tantos años de  violencia              deberíamos estar empeñados en una campaña de recuperación del sagrado derecho a la vida. Nadie lo intenta. Por el contrario, hasta en la televisión se repiten los pasos  que nos hunden más. Es una espiral descendente, en donde se degrada el gusto del espectador y enseguida se responde a ese gusto degradado porque así lo exige el rating, y así lo exige porque lo alimentan mal y lo alimentan mal porque así lo exige. Es la caída a unas honduras sin fondo.

Si se piensa que para gobernarnos es preciso apelar a esos recursos, no esperemos que el país se gobierne bien.

¿Qué mensaje reciben nuestros jóvenes? ¿Cómo se sienten si no pueden asomarse a la puerta de su casa con el uniforme de su equipo preferido sin arriesgarse a que los maten o que asesinen a sus mayores? Y no pueden refugiarse en el deporte, porque hasta allá los persigue la violencia. El fútbol es un juego y como tal debe tratarse. Lo expresa muy bien la Selección Colombia en su comunicado. Ojalá su voz se escuche en todas partes y las controversias políticas no sean una cátedra de ordinariez.