Una nueva oportunidad para Colombia
La Ley de Víctimas, que comienza a aplicarse a plenitud dentro de pocos días, es la continuación de un proceso que viene intensificándose desde tiempo atrás y que, en su aspecto legislativo, tiene como fecha clave el 24 de julio del 2007, cuando se celebró el primer Día de Solidaridad del Senado con las víctimas.
Durante la sesión plenaria, 48 víctimas tuvieron la oportunidad de hacer catarsis pública de su dolor, de escucharse unas a otras, de reconstruir su propia narrativa a través del lenguaje, porque lo primero que pierde la víctima es la palabra. Su voz se apaga. Después de la tragedia calla por miedo, por vergüenza, por dolor, por soledad. Y el Senado le dio la palabra al silencio. Permitirles reconstruir su historia, articular su realidad, recordar a sus seres queridos no sólo es parte de su sanación, sino también de la sanación de la sociedad colombiana. Sus duelos son nuestros duelos.
Las víctimas narraron, reconstruyeron, resignificaron su experiencia traumática, liberaron su carga emocional, se sintieron reconocidas en su tragedia y la sociedad las escuchó, acogió, se sintió interpelada y asumió su corresponsabilidad en la reconstrucción el país.
Hicimos nuestra la memoria de las víctimas que es la memoria misma de Colombia. Aprendimos que recuperarla es una forma de hacer justicia desde la sociedad. Adquirieron mayor significado las palabras de la periodista chilena Patricia Verdugo: “El ejercicio de la desmemoria les conviene a los criminales y a sus cómplices, yo me quedo con el acto subversivo de recordar”.
Cuando los medios de comunicación nos pusieron en contacto directo con el sufrimiento extremo de los secuestrados, a través de las pruebas de supervivencia, la sociedad entera se manifestó en ese inolvidable 4 de febrero, con presencia multitudinaria en plazas, calles y caminos. Ahora la historia se repite. Los asesinatos del coronel Edgar Yesid Duarte, del mayor Elkin Hernández, del sargento mayor José Libio Martínez y el intendente jefe Álvaro Moreno no quedarán socialmente impunes.
Tenemos en el corazón a doña Mery Moreno y a las otras madres de los sacrificados. ¿Quién puede acceder al conocimiento de su dolor? Es un dolor dosificado en el tiempo, una lenta agonía de la misma clase que sintió la Santísima Virgen ante la cruz, un dolor que sólo una madre que tuvo al hijo en el vientre puede padecer, una agonía de diez, once, trece años sostenida por la esperanza de volverlo a tener entre los brazos. Una agonía sin redención, en la extrema pobreza física, desolación y orfandad. Cuando se rompe ese cordón umbilical espiritual que los une ¿quién consuela a la madre sin hijo? ¿Quien cumplirá el sueño del hijo cuando le confesó al sargento Erazo “quiero mucho a mi mamita y quiero regresar pronto para ayudarla”?
Es un dolor inútil si no nos convertimos en los hijos de estas madres y nos sentimos interpelados para traer, con vida, a los brazos de sus madres a los que aún permanecen despojados de su dignidad divina de ser hombres libres y criaturas irrepetibles a los ojos de Dios.
La sanación pasa por la Psicología, pero sólo tiene sentido pleno cuando se sublima en la espiritualidad. Así lo testimonió el sargento Erazo: “Siento que Dios está conmigo, que Dios me da una nueva oportunidad”. Pidámosle nosotros que también le dé una nueva oportunidad a Colombia.