DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 7 de Febrero de 2014

¿Fuego amigo?

 

Los  gestores de la red de interceptaciones localizada en estos días incumplieron la obligación  principal de todo espía: no dejarse descubrir.

La inmensa mayoría de los colombianos cree que las chuzadas son antiguas, rutinarias y  abundantes, y sabe que  la tecnología de las comunicaciones y de las técnicas chuzadoras se perfeccionan a la par.

Pero por más que todos piensen que cuando hablan por teléfono o envían sus correos electrónicos los escucha o lee medio país, cada descubrimiento levanta tanto escándalo como el primero. El verbo chuzar se conjuga ahora en todas las personas: yo, tu, él, nosotros, vosotros, ellos. También en distintos tiempos, pasado, presente y futuro, y deberíamos agregar en todos los momentos y lugares. La infortunada palabra adquirió un nuevo y vergonzoso significado.

Se trata de un delito, por supuesto. Grave. Condenable. Merecedor de duras penas. Y, como  los demás delitos, se pierde en el mar de impunidad que ahoga la inmensa mayoría de los procesos penales en Colombia. Estas intromisiones, dice la ley, solo son admisibles con una autorización judicial previa.

Las sanciones aplicadas en el caso anterior llevaron a la liquidación del DAS y creímos, ingenuamente, que tendría  efectos ejemplarizantes. Pero esas lecciones se olvidan y no hay espía que se desanime al ver los castigos que sufren sus colegas que ejercen la profesión más ingrata el mundo.

Esta vez, el alboroto  que estalló al descubrirse lo que, al principio, se presentó como una base para interceptar comunicaciones dio un giro radical en veinticuatro horas. El establecimiento que servía de fachada no era ilegal, sino uno de los lugares autorizados para desarrollar labores de inteligencia militar. La hazaña de descubrirlo levantó un escándalo de vergonzosas repercusiones nacionales e internacionales pero, en verdad, resultó ser algo semejante a encontrar el sitio en donde unos funcionarios públicos ejercen su labor, que en estos casos debe ser  reservada. Algo así como descubrir un cuartel donde hay soldados y armas y presentarlo como la captura de un grupo de hombres armados.

Dos generales ya resultaron víctimas de la precipitud                                                          con que se extendió la noticia y del afán por evitar que se molesten en La Habana los delegados de la guerrilla, los hermanos Castro, los países acompañantes de las conversaciones o los negociadores del Gobierno.  

El apresuramiento ya golpeó a dos generales y pasó a los héroes de la Operación Jaque a la lista de villanos violadores de los derechos humanos.

Lo obvio es investigar a fondo si en el sitio usado como fachada se extralimitaron en el uso de las autorizaciones para realizar labores de inteligencia, al interceptar sin  autorización previa que las ordene. Pero ese es otro tema,       que  acarreará sanciones si se comprueba.

Por lo pronto,  estos primeros pasos del episodio prueban la eficiencia del Estado colombiano para descubrir donde quedan sus propias instalaciones, identificar a sus propios espías y exhibirlos públicamente. ¡Una brillante operación de fuego amigo!

A todas estas ¿hasta dónde estaban informados el  Ministro de Defensa y el presidente Santos?