Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 19 de Febrero de 2016

UNA MIRADA AL PAÍS

¿Una gran “casa de pique”?

“Los resortes emocionales se empiezan a reventar”

 

El clima social colombiano está enrarecido, turbio.  Los ánimos se  inflamaron. Bastan pequeñas chispas para desatar  incendios cuya propagación es impredecible, mientras  los “bomberos” tienen cada día menos capacidad de maniobra. La tolerancia está en su umbral más bajo. Los resortes emocionales se empiezan a reventar. La historia nos enseña que no hay nada menos espontáneo que una revolución y Colombia está hoy ad portas de un desbordamiento social.

Una de las causas más protuberantes ha sido el afán de muchos dirigentes de  dinamitar nuestros cimientos estructurales para retornar al primer día de la creación. Ni la Constitución, ni las leyes, ni las instituciones han escapado de este afán. Mucho menos la moral, la ética y las buenas costumbres. Creyeron que era necesario acabar con todo, sin sospechar que la debacle también se los lleva a ellos.

 

De la noche a la mañana, por decreto, se aflojaron todos los resortes. De ser un país de inmensa mayoría católica, pasamos a la dictadura de las minorías extremistas, para las cuales creer en principios religiosos es una abominación.

Lo mismo sucede  en el campo político y social. Son tantas las organizaciones “sociales”, recién creadas, que ahí está la clave de por qué las Farc proponen una “asamblea constituyente corporativista”.

 

Y en materia de libertades se descuida la defensa de la Libertad, con mayúscula, para promover cuantas “libertades”,  con minúscula, tengan apariencia contestataria, desde el comienzo hasta el fin de la vida, desde el aborto hasta la eutanasia.

 

Las Farc están a la orilla del río, viendo pasar los destrozos de nuestra organización política y social, mientras repiten: “si todos somos culpables, las Farc no son culpables”. Viajaron a Cuba como terroristas y retornarán al país como fundadores. Y para eso, ya ni siquiera necesitan la firma del Presidente. Tienen el reconocimiento como “estado” y un nivel de interlocución internacional, a veces superior al del gobierno.

 

Mientras tanto se gestan dos tipos de revolución. La que organizan los ideólogos de las protestas violentas, como los premeditados ataques contra transmilenio, para desestabilizar al alcalde de Bogotá, hasta el sintomático y peligroso encuentro en San Vicente de Chucurí entre una comunidad martirizada por el ELN, y ahora indignada por los homenajes a Camilo Torres, y un senador de izquierda, que paseaba como “Pedro por su casa” en sus nuevos predios.

 

A esto  se suman el alto costo de la vida, la corrupción, la pérdida de poder adquisitivo, la ausencia de Justicia y hasta “el niño” y el “zica”  que encienden la “revolución” de unos ciudadanos provocados y tratados con desdén por sus dirigentes, y estimulan la de otros, inflamados, ideologizados y entrenados para el caos.

 

Nuestro mundo institucional se corroe por dentro, con una especie de “casas de pique” donde se descuartizan las instituciones que tanto esfuerzo costó consolidar,

La caída del General Palomino y del Viceministro del Interior son parte del mismo espectáculo bochornoso. En una sociedad donde se soltaron todos los resortes éticos y los egos reemplazaron el interés por el bien común, escandaliza no sólo el nivel de degradación moral que implican los señalamientos, sino los recursos empleados para combatirlos. La combinación de todas las formas de lucha y los celulares como armas para atacar la intimidad resultan más nocivos para nuestra civilidad que los ladrillos empleados para destruir transmilenio.