Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 11 de Marzo de 2016

PAZ

¿Un mal acuerdo?

 

EL PAÍS recibe con un suspiro de alivio el anuncio presidencial que elimina una fecha límite para firmar el acuerdo de paz con las Farc. El presidente la fijó. Y él mismo la quita, al anunciar que prefiere no firmar el 23 de marzo a firmar un mal acuerdo. “No firmaré un mal acuerdo por cumplir la fecha” dijo.

Dios quiera que hayan entrado en razón y no sea una nueva distracción para bajar los ánimos de la opinión pública, mientras logran dejar en firme la jurisdicción especial para la paz, que ha escandalizado a propios y extraños. Hace pocos días, la ministra de Relaciones Exteriores, María Ángela Holguín, anunció que se firmaría un acuerdo parcial.

En este momento, las dudas que se vislumbran en el Gobierno son un síntoma de sensatez. Si el pragmatismo del Presidente lo lleva a enderezar el proceso y a incluir en él a la mayoría de los colombianos, podemos volver a soñar con alcanzar la Paz.

“Un mal acuerdo” no es una interpretación traída de los cabellos. Aquí no hay necesidad de interpretar nada. Lo dicen clara y directamente las palabras presidenciales. Es el reconocimiento explícito  de una verdad de la más elemental lógica. Por apegarse a una fecha autoimpuesta como límite, no se  justifica aceptar concesiones que prácticamente la unanimidad de los colombianos considera inconvenientes.

 

Se despeja así la confusión entre los anhelos de paz del país, en lo cual no hay excepción, y las fórmulas  específicas que se  proponen para lograrla.

El camino de la paz no puede convertirse en un campo de batalla para  polarizar más a un país  lleno de dificultades. Y  suspender la carrera contra el tiempo alivia las tensiones, y abre la oportunidad de encontrar fórmulas aceptables para los cuarenta y seis millones que tendrán que afrontar las consecuencias de lo que, para unos negociadores angustiados es un simple golpe de bolígrafo.

Se entiende, además, que la suspensión se refiere a la integridad del acuerdo, pues no tendría sentido firmar  unos convenios parciales para hacer concesiones que, después, se conviertan en obstáculos para convenir los temas pendientes del acuerdo total.

Desde el primer momento, cuando se anunció que habría conversaciones con las Farc se estableció, como una de las condiciones esenciales, que “nada está acordado hasta que todo está acordado”. Una garantía íntima, pues se trata de un acuerdo integral y no de acuerditos  parciales, que permitan ganar a mordiscos concesiones que, en su conjunto, signifiquen todo menos un acuerdo total que ponga fin al conflicto que se pretende solucionar.

Por supuesto que lo ideal sería conseguir un consenso ya mismo. Pero si no se puede, porque las circunstancias exigen pensarlo mejor, es preferible la suspensión a imponer unas condiciones que rechazan precisamente los ciudadanos que                      vivirán sus consecuencias. Y menos cuando el Gobierno puede ver el desplome del apoyo popular a los términos de un acuerdo que luce más mal a medida que se va filtrando el verdadero alcance de sus contenidos.

 

Definitivamente es mejor no firmar nada el 23 de marzo que firmar un mal acuerdo, e insistir en la búsqueda de un buen acuerdo que se pueda firmar cualquier día, con el apoyo de todos los colombianos.