Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 18 de Marzo de 2016

RECONCILIACIÓN NACIONAL

¡Misericordia Señor!

ANTE la confusión de las lenguas, la exacerbación de los ánimos, la polarización inducida por la ausencia de verdad, siempre es posible que la inmensa mayoría de católicos levante los ojos, mire al horizonte  con esperanza, implore la compasión de Jesús y se atreva a reclamar con Él la Misericordia de Dios Padre para Colombia. Para todos los colombianos.

Dios sólo necesita el sí de su criatura, que el hombre use su libre albedrío para dar aunque sea una mínima muestra de su arrepentimiento. Es  lo que el Papa Francisco llama “la grieta”. Por ella se puede filtrar la salvación. Pero es necesario ese acto de contrición, de reconocimiento del pecado, del pesar del daño causado a otros seres humanos.

El perdón sana en primer lugar a quien lo otorga y es la manifestación máxima del amor de Dios, expresada a través de la reconciliación entre los hombres. Explican los teólogos que la Misericordia es el mayor atributo divino. “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”, decía San Juan Pablo II. El perdón no se impone, no se exige por decreto, para facilitar el triunfo de unos sobre otros, no se pone al servicio de ideologías, ni de intereses egoístas, no es una estrategia de juego. El perdón es una conquista del alma. Alma por alma, individuo por individuo hay la posibilidad de elegir libremente entre el bien y el mal, entre darle el sí a  Dios o permanecer atado a los intereses de los hombres.

Por estos días escuchamos insistentemente en las homilías, las parábolas de la Misericordia, que interpelan profundamente, de cara a la realidad que vive  hoy el país.

En la del hijo pródigo, el joven arrepentido regresa y el padre lo recibe con los brazos extendidos,  lleno de júbilo. Pero, antes, se reconoció pecador “padre he pecado contra el cielo y contra ti”. Su padre lo acoge, le retorna su dignidad de hijo suyo, le coloca el anillo y lo viste con las mejores galas. El hijo mayor, quien siempre se ha portado bien, se molesta y se niega a participar de la fiesta de bienvenida.

Casi todos los predicadores la emprenden en contra del hijo juicioso que cuidó del padre y nunca abandonó sus deberes. Lo llaman egoísta y lo acusan de autoexcluirse. Hay algo de injusticia en estas sentencias, es como si se dedicaran a “tirarle piedras” al hermano mayor, por un momento de disgusto.

Sin embargo, al releer las escrituras, se siente un gran alivio al comprobar  que el padre jamás lo excluyó. Al contrario, le hace un llamado amoroso a acompañar a su hermano que “estaba perdido y ha sido encontrado” y le dice: “Hijo mío, tú estás  siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo” (en presente). Es decir la Misericordia es para todos, no sólo para el más pecador, como se nos quiere presentar hoy.

Lo mismo sucede con  la oveja perdida. En ninguna parte de la escritura dice que el pastor, por irse a rescatarla, descuide a las demás, las abandone y mucho menos que las escandalice.

 

En Colombia, las ovejas que no se perdieron, y que son la inmensa mayoría, no quieren que las sigan maltratando precisamente por no haberse perdido.