DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 18 de Mayo de 2012

La caldera del diablo

 

Tragedias  como la que estremeció al país hace setenta y dos horas no pasan sin dejar secuelas duraderas, que se extienden como ondas expansivas más allá y por más tiempo del que tardan en aplacarse las cenizas, silenciarse el eco de las explosiones y hacerles el duelo a las víctimas. Nos recuerdan, de la manera más dolorosa, que la maldición de la violencia sigue contaminando el ambiente, lista a explotar con el estímulo de la mínima chispa, y muchas veces sin necesidad de pretexto alguno.

 

Y en ese ambiente se están levantando las nuevas generaciones. No hablamos sólo de los adolescentes y niños reclutados a la fuerza mientras los especialistas discuten si los arrastran a disparar en una “guerra”, un “conflicto interno” o un “enfrentamiento armado”. El hecho es que se los llevan a “echar bala” contra sus compatriotas, sin saber por qué y para qué.

Los que no caen en esas redes se quedan respirando un aire envenenado de agresividad, que pide a gritos atención especial si no queremos multiplicar la vergonzosa fama de bárbaros y vivir en una aglomeración de gases en permanente trance letal.

Los estímulos llegan por todas partes. La televisión, por ejemplo, está llena de violencia. Inclusive las franjas infantiles traen unos desfiles de asesinatos, robos, lesiones personales, secuestros y toda clase de delitos imaginables, que se esparcen libremente por un tiempo mayor, en muchas oportunidades, al que los niños gastan en el colegio y, desde luego, mucho más largo que el dedicado a hablar con sus padres.

¿Cuántos crímenes presencia en la sala de su casa o en la alcoba paterna un niño antes de tener pleno uso de razón? ¿Cuántos más son los asesinatos que los problemas de matemáticas que resuelve en los once grados de la escuela? ¿Cuál es la densidad de violencia que recibe en las noticias diarias? Ni un adulto con criterio bien formado está en capacidad de soportar indemne un bombardeo de esta naturaleza.

Y si alguien abriga todavía alguna duda sobre el daño causado por esta criminalidad televisada, basta recordar lo sucedido en estos días con las tres niñas que planeaban matar a su profesora de matemáticas, inspiradas en algún programa que las hizo pensar que la manera más fácil de sortear una mala nota era el asesinato y no el repaso del libro de texto.

El matoneo creciente en las aulas va escalando hasta desembocar en desgracia como la del niño que muere después de recibir una paliza de sus compañeros. Pero el país no ve la gravedad de lo ocurrido y se entretiene en disculpas. “Juegos infantiles” dicen en el caso de la profesora; “el niño murió de otra cosa”, alegan para ignorar que, si se siguen lanzando semillas de violencia en las mentes que apenas se van formando, se alimenta una caldera de violencia que tarde o temprano explotará. Y para entonces hasta los lamentos serán tardíos.