DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Junio de 2012

Las víctimas: gestoras de paz

 

Las víctimas tienen unas reservas anímicas, una voluntad de sobrevivir y una experiencia acumulada que las califican para  ser eficaces gestoras de paz. El  país  está demorado en aprovechar su inmenso potencial, convirtiéndolas en uno de los instrumentos más útiles para promover la reconciliación y ayudar en el largo proceso de sanación que necesita nuestra sociedad enferma de violencia.

Ellas, más que nadie, conocen ese infierno. Lo padecieron en carne propia y les dejó heridas difíciles de curar. Pero, con una decisión admirable, emprendieron su recuperación personal para  transformarse en sobrevivientes. Están dejando de ser sujetos pasivos de la crueldad, para surgir a una nueva vida en donde el pasado no es una carga agobiadora de resentimientos ni un motor de venganzas, sino una lección para procurar que el futuro sea mejor, en lo personal y en el entorno.

Es admirable que no tengamos legiones de resentidos, deambulando por el país entre las lamentaciones por el sufrimiento anterior y los clamores de revancha. Es una actitud aún más meritoria si tenemos en cuenta que la justicia no opera en la inmensa mayoría de estos casos y que, en almas menos nobles, sería una poderosa motivación para tomarla por propia mano.

Y como no permaneceremos en ese estado indefinidamente, debemos pensar  cómo se ambientan los caminos hacia la paz. Con millones de víctimas que comprueban a diario su buena disposición y el ánimo de colaborar para que no se repita lo que ellas padecieron, la respuesta es obvia.

Está disponible un inmenso capital humano, preparado de la manera más dolorosa, ennoblecido por el sufrimiento y habilitado para  compartir sus experiencias, que podría  utilizarse en planes masivos de ambientación de la paz. Lo integran personas que tienen, además, una inmensa ventaja: conocen a profundidad esa vorágine que envolvió al país, pero no se dejaron hundir por la amargura. Encontraron el camino de la recuperación, tanteando y cayendo y levantándose, venciendo incomprensiones y sin añadirle a su desasosiego la sensación de olvido ante la indiferencia de la sociedad. Se graduaron como sobrevivientes en  la durísima escuela de sus propias calamidades.

Están más que capacitadas para actuar como gestoras de paz, tanto en sus comunidades como en otras que  atravesaron por circunstancias similares. Es decir, en todo el país. Serían las gestoras ideales.

A todo esto se suma una condición adicional, de la cual no disfrutan ni los más experimentados expertos en estos temas: credibilidad, una gran credibilidad. Sus interlocutores saben que sienten como víctimas, comprenden mejor que nadie las tragedias y llevan en el alma cicatrices parecidas, solo que no se dejaron aplastar por el peso de su desgracia.

Algunos victimarios  ya fueron nombrados gestores de paz y no viene al caso discutir el acierto de esos nombramientos. Pero  la conclusión es obvia: ¿si los victimarios son designados gestores de paz, por qué sus víctimas no pueden serlo?                                                                                            

Y si son las personas más calificadas y con mayor credibilidad ¿qué  esperamos para convertirlas ya mismo en trabajadoras de la paz?

Emperatriz de Guevara; John Frank Pinchao; Clara Rojas; Fabiola Lalinde, de Medellín; María Cecilia Mosquera, de Machuca; Leyner Palacios, de Bojayá; Gloria Elsy Ramírez, de Granada; Pastora Mira, de San Carlos; Lisinia Collazos, paez del Alto Naya… para citar solo algunos nombres de una larga lista.