Son muy pobres los argumentos, por decir lo menos, que se han utilizado para explicar la indigna presencia en Caracas del Embajador de Colombia en el vergonzoso acto de posesión que formalizó la condición de dictador de Nicolás Maduro.
Como se ha dicho por muchos analistas, ni siquiera quienes lo defienden pueden ocultar que no existe legitimidad posible para un régimen que solo puede mostrar como sustento del resultado de la elección que alega haber ganado, el dicho, sin pruebas y por fuera de sus competencias, de los órganos del Estado cooptados y sometidos por el mismo dictador.
A diferencia de otros momentos de la ya larga pesadilla vivida por el pueblo venezolano, el régimen no ha tenido manera de impedir que quedara en evidencia ante el mundo que Edmundo González Urrutia ganó las elecciones y que es el verdadero llamado a ser investido por la Asamblea Nacional de acuerdo con la Constitución de Venezuela. Al respecto no cabe marcha atrás. Las elecciones ya se dieron en las condiciones que impuso y manipuló el régimen y aun así fue derrotado.
La asistencia del embajador colombiano a la ilegítima posesión del perdedor en los comicios se ha intentado explicar señalando que no se encontró manera de no ceder al chantaje de que quien no estuviera presente para avalar la usurpación debería cerrar su representación diplomática, afectando con ello los intereses binacionales y sobre todo los derechos de los habitantes de la frontera, o que se apeló a la “neutralidad formal” para sostener aun en las peores circunstancias conversaciones entre contradictores con el fin de mantener canales mínimos abiertos. Las declaraciones del embajador Rengifo, y su actitud complaciente en el referido acto, no abonan en favor del argumento que se ha querido construir de una asistencia obligada, contra la real voluntad de la Cancillería
Consentir o avalar a los dictadores, no solo es un imposible ético, sino que genera como consecuencia quedar a merced de los caprichos que los caracterizan. Mañana incumplirán tratados, cerrarán unilateralmente la frontera, o se negará a pagar, o amenazarán a quien les plazca, sabedores de su posibilidad de manipular a quienes han perdido la autoridad moral para alegar que no comparten al menos en parte sus métodos y sus visiones.
Por si faltara evidencia al respecto, dos dictadores fueron los únicos “jefes de Estado” que acompañaron la pantomima y los anuncios de reforma de la Constitución a la manera cubana o nicaragüense para “mejorar la democracia”, léase para enterrarla definitivamente. Anuncios convertidos en el real eje del discurso que mereció los aplausos del representante diplomático de Colombia.
Mantener canales abiertos para no cerrar las posibilidades de interlocución y poder contribuir a eventuales nuevas elecciones “realmente libres”, en momentos en los que como muestra de “buena voluntad” de los sátrapas se atropella a María Corina Machado, se le detiene, intimida y luego, ante la evidencia de la torpeza del acto, se le deja ir pero nuevamente se encarcela arbitrariamente a numerosos líderes de la oposición y representantes de la sociedad civil, y se anuncian reformas para criminalizar a cualquiera que ose controvertir la dictadura, desnuda ingenuidad vestida de cinismo.
Cabe aquí recordar a Cicerón: “Nunca puede ser útil lo que no es honesto, aun cuando se consiguiera lo que parece útil, porque solo el pensar que es útil aquello que es indebido, es cosa lastimosa”.
@wzcsg