“Dime con quién andas y te diré quién eres”, suelen advertir las madres a los hijos, no más percibir alguna amistad peligrosa, una influencia perjudicial, un compinche disoluto. A fin de cuentas, Dios los cría y ellos se juntan.
Quizá se aplique más fácilmente a los individuos que a los Estados. A fin de cuentas, las relaciones entre éstos suelen ser más polivalentes, incluso promiscuas, y no pocas veces, ambiguas y contradictorias. Pero algo dicen de ellos sus aliados, sus alineamientos, sus asociaciones, sus afinidades. En la disciplina de las relaciones internacionales se ha llegado incluso a elaborar una que otra teoría -o, por lo menos, un par de hipótesis- a partir de esa premisa. También a los Estados, como a los individuos, Dios los cría y ellos se juntan.
En febrero de 2019, el ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela anunció en Nueva York la conformación de un “Grupo de Amigos en Defensa de la Carta de las Naciones Unidas”. Dos años después, ha circulado entre las misiones permanentes de varios Estados en Nueva York una nota-concepto y una invitación a unirse formalmente a la plataforma, creada con el objetivo -dicen sus arquitectos- de “promover la prevalencia de la legalidad sobre el uso de la fuerza, y debatir y coordinar posibles iniciativas conjuntas para fomentar el respeto de los propósitos y principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas”.
Un elevado y encomiable objetivo, con el que difícilmente podría estarse en desacuerdo, y que nadie debería dudar en respaldar, de no ser por quienes patrocinan la iniciativa: Argelia, Angola, Bielorrusia, Bolivia, Camboya, China, Cuba, Eritrea, Irán, Laos, Nicaragua, Corea del Norte, Rusia, San Vicente y las Granadinas, Siria, Venezuela, y Palestina.
Mejor dicho: un club integrado por reconocidos infractores de la Carta de la que ahora se proclaman campeones, por violadores sistemáticos y recurrentes de los derechos humanos, por habituales transgresores del derecho internacional, por valedores recíprocos de los abusos que cometen contra sus propias poblaciones.
(Cómo llegaron allá sanvicentinos y bolivianos es otro asunto, harina de otro costal, y materia eventual de otra columna).
Algunos analistas han advertido, con preocupación, sobre la crisis del multilateralismo, que es uno de los pilares del orden global contemporáneo. Puede que estén exagerando un poco. Pero lo cierto es que el multilateralismo no atraviesa su mejor momento, si Estados con semejante historial tienen la audacia de atribuirse la salvaguardia de la piedra angular sobre la que éste se ha ido construyendo durante los últimos 75 años.
Quién sabe cuántos más se sumarán a semejante cofradía. Probablemente lo harán algunos de los 64 Estados que el pasado 13 de marzo suscribieron ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, a instancias de Cuba, una declaración en defensa de las prácticas de China en la región de Xinjiang y contra los uigures: una diáfana muestra de lo que el “Grupo de Amigos de la Carta de Naciones Unidas” quiere defender realmente.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales