“Renunciad para siempre a la esperanza”, vio escrito Dante en el dintel de la puerta del infierno. Acaso en eso consiste, en efecto, condena eterna: la irredimible pérdida de cualquier forma y atisbo de esperanza.
Con lo que está pasando, estos no parecen ser tiempos particularmente esperanzadores. La guerra en Ucrania -con Rusia presidiendo el Consejo de Seguridad-, la creciente rivalidad geopolítica entre Washington y Pekín, la evidencia cada vez más clara del cambio climático y la intuición cada vez más inmediata de sus graves consecuencias, la sombra de una crisis económica global -por citar sólo algunos- son argumentos que esgrimen, aunque sin el talento del poeta florentino, los Dantes contemporáneos para advertir sobre el peligro de cruzar la puerta “por la que se va con la perdida gente”.
Renunciar a la esperanza, sin embargo, no es un lujo que la humanidad se pueda permitir. Cuando se renuncia a la esperanza, fácilmente se cae presa de acedía: de pereza y flojedad, de tristeza, angustia y amargura. Todo lo contrario de lo que demandan de la humanidad -sustantivo abstracto y colectivo, y por lo tanto problemático- los tiempos recios (duros, difíciles, intensos, y violentos) de ahora. Que no son los primeros, ni serán los últimos (para decir lo cual se requiere, paradójicamente, una buena dosis de esperanza).
No hay panacea alguna para resolver tantos problemas, y tan diversos, como hay sobre la mesa de la política internacional. Quienes la busquen se engañan y quienes la propongan engañan a otros. Si hay esperanza, hay que buscarla en lo posible. Y lo posible en política internacional, para estos efectos, sigue siendo, con todas sus limitaciones y precariedades, el multilateralismo. No por sí solo, claro está: el multilateralismo es una máquina que necesita engranajes lubricados y correctamente articulados, suficiente combustible, y operación adecuada; nada de lo cual surge por generación espontánea.
Por eso, nada de vano tiene el trabajo realizado por el Comité Asesor de Alto Nivel sobre el Multilateralismo Efectivo -creado el año pasado por el secretario general de la ONU-, cuyas conclusiones generales acaban de ser presentadas.
El Comité propone seis “transformaciones” para alinear el multilateralismo. Dos de ellas resultan especialmente relevantes: reconstruir la confianza en el multilateralismo, y fortalecer la acción anticipatoria frente a los riesgos actuales y emergentes.
Lo primero supone abrir el multilateralismo a una representación mayor de intereses, consolidar la gobernanza multinivel -reconociendo, por ejemplo, el papel de las ciudades-, vincular al sector privado, y diseñar mecanismos de toma de decisión más efectivos. Lo segundo, una agenda focalizada para priorizar los desafíos ambientales y su impacto en la paz y la seguridad, los riesgos biológicos y sanitarios, la administración y el uso seguros de nuevas tecnologías, y la lucha contra el crimen organizado transnacional.
Habrá quien diga que no es más que un lugar común. Pero también es un lugar común el de la “crisis” o “fracaso” del multilateralismo. Aquel, sin embargo, tiene una ventaja sobre este: la misma que tiene la esperanza sobre la acedía, que no es sólo una ventaja moral, sino también política.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales