En un país tan violento y tan cargado de agresión como ha demostrado ser Colombia, Iván Duque sorprende por la ecuanimidad de su discurso.
El candidato del Centro Democrático no ofende, no injuria, no grita, no miente en sus discursos, debates y conferencias. Es un polemista respetuoso. Duque ha demostrado ser, durante esta intensa y larga campaña por la Presidencia de Colombia; un hombre ecuánime, preciso y mesurado, respetuoso de todos, amigos y enemigos; el candidato de la concordia.
Alguien que pretende sanar a Colombia. Algo completamente indispensable si queremos lograr un futuro mejor, en paz, con unión y colaboración entre nosotros, aunque haya desacuerdo y debate, como debe ser en una verdadera democracia, donde existe libertad de expresión y participación nacional.
Duque está dispuesto a oír y hablar con todos como amigo. Ha demostrado que es un hombre sencillo, que igual juega fútbol en una cancha de tierra, en un barrio cualquiera, con muchachos humildes, que debate en un foro con universitarios, industriales, banqueros o agricultores los problemas más álgidos del país.
En este momento, la agresión entre los colombianos es tan amenazante que parece que hubiéramos regresado a los años cincuenta del siglo pasado, cuando en las plazas públicas, y aun en debates en el congreso, se gritaban improperios contra opositores, tales como “asesinos, criminal”. En esta campaña se ha vuelto a ver este tipo de funesta agresión, que amenaza con desembocar en una nueva era de violencia.
Esto es culpa de mentirosos, exagerados e irresponsables montajes periodísticos de personajes, entre ellos algunos columnistas, que pretenden convertirse en jueces y verdugos de líderes políticos a los que odian y a los que quieren destruir, no importa cómo, aunque farisaicamente prediquen el amor a la paz y la concordia.
En una reunión reciente oí afirmar al importante líder empresarial y columnista Mauricio Botero Caicedo, que la mayor estupidez cometida durante los años en que se negoció, en La Habana, el tratado entre el gobierno y las Farc, fue haber dividido a los colombianos entre los amantes de la paz y los enemigos de la paz. Cuánta razón tiene Botero. Esa división completamente mentirosa, injusta y aberrante ha hecho mucho mal al país. Una aserción malévola, ahora clavada en lo más profundo de los colombianos, que odiosamente nos divide entre buenos y malos, ofende con razón a muchos.
Se pretendió ignorar la posición de la mayoría sobre temas que profundamente nos conciernen: la impunidad otorgada a las Farc por crímenes cometidos contra la población más vulnerable, niños, mujeres, campesinos, y la destrucción y atropellos contra nuestros recursos naturales y la biodiversidad, entre otros.
Con tal aserción se quiso acallar las opiniones de quienes encontraban los acuerdos de la Habana llenos de fallas. El resultado ahí lo tenemos. Lo firmado arbitrariamente está por derrumbarse. No han cumplido a cabalidad, ni las Farc, ni el gobierno. El ambiente está cargado de hostilidad y pesimismo. Se requiere de una persona ecuánime como Duque para arreglar el entuerto.
Mal hacen los que, como cotorras, repiten consignas como “”Duque destrozará los acuerdos” o “Duque es enemigo de la paz”. Nada más falso. Nadie, y lo repito para que no quede duda, nadie en su sano juicio es enemigo de la paz, mucho menos Iván Duque, el candidato de la Concordia.