La circunscripción nacional para Senado de la República devoró la política. A partir de su vigencia el clientelismo determinó la relación Gobierno-Congreso. La campaña por las 100 curules, que es necesario hacer en toda la nación, exige, en cada ocasión, más y más recursos, viniere de donde vinieren. “El barril de los cerdos”, una expresión que se aplica con picardía a las partidas de dudosa ortografía del presupuesto de los Estados Unidos, fue utilizado por Santos, a lo Lincoln, según propia confesión, para manejar las mayorías en el Congreso. Es lo que entre nosotros se ha conocido como auxilios parlamentarios, cupos indicativos y, ahora, mermelada.
Ese fue el escenario que encontró el presidente Iván Duque el día de su posesión. Lo desmontó de un tajo, cumpliendo así su promesa a los electores. Es el golpe más duro que se ha dado a la corrupción de lo público y que entraña, para bien de la democracia colombiana, un replanteamiento del ejercicio político.
Cambiar las costumbres siempre ha producido resistencia y tiene un alto costo que Duque está pagando caro, según las ultimas encuestas. Es que desmontar ese camino de malezas y cizañas requiere de gran convicción ética, de la cual hacen gala tanto el presidente Duque como la vicepresidente M. L. Ramírez y el alto equipo de gobierno. Ciertamente, han emprendido una tarea exigente e ingrata pero necesaria.
Los primeros sorprendidos han sido los grupos de oposición que lucen desorientados. Ellos, que recurren con frecuencia a un particularísimo arsenal moral, no han sabido que decir ante la accionar ejemplar del actual gobierno. Les corresponde, con elegantia iuris, así reconocerlo. ¿Peras al olmo?
La sorpresa se extiende a la opinión, a los partidos con numerosa presencia en el Congreso y a los mismos partidos de Gobierno: El conservatismo está inexplicablemente incomodo y el propio Centro Democrático resiente que, después de ganada la batalla, le toque seguir siendo minoría en el parlamento. Es una situación que amerita especial atención del presidente de la República puesto que una de las obligaciones del gobernante es hacerse entender de sus gobernados.
Por nuestra parte, entusiasma que una juventud estudiosa, diligente y exitosa como la de Duque quiera dejar la impronta de acabar con los vicios de la politiquería y entregarle al país una pléyade de jóvenes estadistas que se la jueguen en las tareas del gobierno, cada vez mas complejas y extensas. De ahí su dedicación e insistencia en la calidad de las políticas públicas. Ese objetivo tan importante obliga a buscar la eficiencia de la gestión gubernamental. En las democracias está probado que la representación política afianza la legitimidad, facilita la gobernabilidad e impulsa le eficiencia y la eficacia. Es que con mayorías en el Congreso se logra que las promesas de campaña se conviertan en leyes y actos legislativos. Los acuerdos programáticos, vía expedita de la licitud de la representación, reflejan los concesos fundamentales propios de la Democracia Representativa.
Por último, el ciudadano elector, la cauda entusiasmada, que desde la oposición logró el triunfo, no tiene por qué comprender que al líder de la nación lo derroten hoy en las cámaras los derrotados de ayer. En ese sentimiento puede estar la causa de la adversa opinión de estos días. Esencialmente inmerecida y fácilmente reversible. Hay que poner el oído en el corazón de los colombianos que ansían y confían en un futuro de libertad, progreso, paz y alegría.