En un par de días se despide Iván Duque de la Presidencia y a mí me genera, ante todo, palabras de agradecimiento por lo que hizo en cuatro años por el país; sin haber sido el mejor presidente de la historia -honor que les cabe a Simón Bolívar y a Álvaro Uribe- sí creo en su honestidad, probidad, ejecutorias y, contrario sensu, no le creo a sus principales detractores -la oposición de izquierda- que se las ingenian para esgrimir argumentos falaces sobre su desempeño, todo porque Duque fue “el que dijo Uribe”, pues morirán envenenados contra el expresidente. Otro crítico ha sido Germán Vargas -una especie de fuego amigo, con cuatro alfiles en el gabinete que expira- cuyo ego “llerista” no le permite sino rajar de Raimundo y de todo el mundo.
Las recientes declaraciones del saliente mandatario y de varios de sus ministros clave son elocuentes y, ante todo, innegables. Fue el gran timonel que llevó el barco nación a puerto seguro en medio de la peor tempestad pandémica de nuestra historia y logró una reactivación económica sin precedentes, sin abandonar la inversión social, tal como lo reconocen Bloomberg y el Fondo Monetario Internacional, que vaticina este año un crecimiento del doble de la economía global; el año pasado creció un 10.6% y las exportaciones en un 74% con relación a junio de 2021.
Los críticos dicen que raspó la olla, que dejó un enorme déficit fiscal, pero se les olvida que en 2019, antes de la pandemia, había tenido un gran superávit, el mismo que sirvió de base para poder gastar más, obviamente con endeudamiento, para sortear la feroz crisis que se nos atravesó en el camino, cual palo entre la rueda. En medio de la adversidad se logró rescatar a 1.4 millones de personas de la pobreza monetaria y a 1.3 millones de la pobreza extrema, hecho que reconoce el coeficiente de Gini, que registra cómo el 2021 cerró con menos desigualdad que el 2019.
Preocupa, sí, el tema de la inseguridad, no obstante los golpes contundentes a las bandas criminales y a sus principales jefes, pero es un asunto que se le sale de las manos al Presidente, pues el narcotráfico sigue campeando simple y llanamente porque los acuerdos habaneros se alinearon en tal sentido, con la justicia, con las ONG, con los ambientalistas y ahora con el Pacto Histórico, para prohibir el glifosato, permitir el aumento de los cultivos de coca, desmoralizar a las FF.MM. y con todo ello alentar el crecimiento de la delincuencia organizada hasta al punto de llevar a Colombia, a partir del 8 de agosto, al borde de una nueva era: la del barranco.
Post-it. Gran señor el que nos acaba de abandonar de este mundo, con el orgullo de haber pertenecido a su círculo de amistades. Don Andrés Infante Cotes programó viaje hasta su natal Santa Marta, como si pensara en acelerar el encuentro con su adorada esposa, Josefina Lacouture. A ellos sobreviven Jaime, Andrés y Eloísa, brillantes profesionales, el primero, gran amigo de épocas universitarias, fue secretario privado de Álvaro Gómez en El Siglo y luego su segundo a bordo en la Embajada de Colombia en Washington, donde reside. Para ellos, nuestras más sentidas condolencias.