EDMUNDO LÓPEZ GÓMEZ | El Nuevo Siglo
Viernes, 28 de Octubre de 2011

Joaquín Franco Burgos

 

ESTE  hijo ilustre de Cartagena, quien más le sirviera cuando llevó la vocería del Departamento de Bolívar en la Cámara de Representantes, nos sorprendió con su muerte.
Amó a su ciudad con amor total. Y lo hizo dentro de una concepción transparente del servicio público, desde cuando fundó su Movimiento conservador Hechos y no Palabras. Por ello pudo afirmar en su último libro con actitud de exaltación sincera: “Siempre he dicho que mi gloria y orgullo es ser cartagenero, y a ese orgullo no me lo supera nada. Soy nativo de la ciudad española más bella del planeta, Cartagena de las Indias”.
A sus 89 años, y desde una década atrás, en la tribuna que montó en el ciberespacio nos hacía trascender sus opiniones y nos daba buenos consejos y hasta nos hacía recomendaciones para que adoptáramos algunos hábitos en el consumo de alimentos que les servirían -a todos sus amigos– para prolongar la vida. Plátanos & platanitos y la auyama eran las frutas preferidas de su último menú cibernético. Pero, devoto del arte, en uno de sus últimos correos por Internet nos hizo participar de la admiración de su cuadro preferido: El entierro del Conde Ordaz, de El Greco.
Fue un batallador político formidable. Su última batalla la estaba librando alrededor de un candidato joven a la Alcaldía de Cartagena, con quien dialogaba semanalmente alrededor del programa de gobierno que desarrollaría si éste llegare a ser elegido. Sus “Charlas con Dionisio” tenían un sello de pedagogía política verdaderamente ejemplar, en cuanto estaban inspiradas en el deseo noble de que la ciudad tuviera un rumbo moral claro en el manejo de sus intereses.
Esgrimió siempre la espada de su palabra para atacar el fenómeno de la corrupción política. Fue generoso para alabar a quien demostrara fortalezas éticas como servidor público e implacable censor contra quien pretendía hacer del erario fuente de enriquecimiento; partidario de que la legitimidad democrática se cimentara en la honradez, ya en puestos de mando o en cargos de representación popular.
Tuvo, ciertamente, el Mono Franco -como le decíamos cariñosamente- aptitud moral para indignarse cuando veía que la autoridad cometía abusos, muchas veces premeditados, y de lo cual él mismo fue víctima al final de su existencia. Porque quienes leímos sus memoriales en su casa del Segundo Callejón Truco del Barrio Pie de la Popa, para defender el derecho adquirido de su mesada pensional, podemos colegir que esa pretensión injusta de la Administración pudo contribuir a su deceso.
Este hombre público que consagró su vida a servirle al país y a su ciudad natal, no deja ni haciendas ni ganados que repartir a sus herederos. Y qué bueno que eso se sepa, cuando estamos a pocos días de asistir a una nueva feria electoral que pone en entredicho la legitimidad de nuestra democracia.
Joaquín Franco Burgos fue amado -merecidamente- por sus coterráneos; padre, esposo y abuelo ejemplar. ¡Y qué gran amigo que fue también!
A Magola, hijos y nietos, nuestra solidaridad en el dolor.

 

¡Paz en su tumba!

 

edmundolopezg@hotmail.com