Eduardo Vargas | El Nuevo Siglo
Martes, 1 de Marzo de 2016

ESENCIA

Retroceder

IMAGÍNESE que le reten a parquear un carro en un espacio ajustado entre otros dos autos y que parte del desafío sea no usar la reversa, sustentados en la lógica que reza que para atrás ni para agarrar impulso. ¿Podría? Es posible que algunas personas contesten que sí, porque son unos ases del volante y nada “les queda grande”; pero, para la mayoría, sería un logro imposible de alcanzar, puesto que la clave está en acompasar los movimientos hacia adelante y atrás, para poder utilizar el espacio y lograrlo sin colisiones.  

 

Sí, eso de “patrasearse” para muchos no es bien visto y piensan que es de personas cobardes, miedosas; no queremos quedar mal, porque qué van a pensar de nosotros si nos devolvemos.  Pero resulta que el desarrollo vital está lejos de ser una recta ascendente: es más bien como un río sinuoso, que no siempre se dirige hacia el norte –la meta en la desembocadura–, sino que cambia de dirección y velocidad, haciendo por ratos que el norte sea imperceptible, aunque siga existiendo.

 

Sí, vale devolverse; vale echar reversa y sentir miedo e inseguridad en el camino.  Vale enredarse. ¿Quién no ha tenido la vida enredada, por más herramientas para desenredar que tenga?  Vivimos de enredo en enredo; cuando se resuelve uno, aparece otro, a veces tenemos varios simultáneamente.  Eso que nos pasa en la vida personal tiene su correlato en las dinámicas organizacionales, que también están llenas de entuertos que es preciso ir resolviendo en la cotidianidad.  Para eso le pagan a un gerente, para que resuelva los atolladeros existentes, para que evite caer en los mismos y visualice los posibles.  No le pagan para que no haya conflicto.  Por todo eso es necesario no solo hacer pausas, sino eventualmente devolverse, tomar distancia de lo que ocurre, observar, replantear, rediseñar, aplazar proyectos, cancelarlos.  Nada de eso es un fracaso: por el contrario, si se hace el proceso en forma consciente, constituye un aprendizaje.

 

Evitar el caos es algo neurótico porque, por más que intentemos controlar todas las situaciones, vivimos en medio de la incertidumbre.  La enfermedad física surge, las rupturas emocionales se revelan, las bolsas caen y los huesos y las bolsas quiebran.  Se vale el caos: si no fuese por él no sería posible el surgimiento de nuevos órdenes.  Tal vez la clave de la armonía no se trate de tener la vida absolutamente ordenada, sino de administrar las manifestaciones caóticas que surgen día tras día. De qué tan hábiles seamos para observarnos, auto-cuidarnos y cuidar a los demás, de parar y recular cuando corresponde, dependerá una vida más o menos armónica. Solo con la reversa, el auto encuentra su lugar, y lo ocupa.

@edoxvargas