Eduardo Vargas | El Nuevo Siglo
Martes, 12 de Abril de 2016

VIDA Y COTIDIANIDAD

Vanidad

 

HOY  más que nunca el mundo de las apariencias se ha desbordado.  No es que en otros períodos de la historia de la humanidad, al menos como la conocemos, no haya existido un culto a exaltar artificiosamente lo que de por pudiese ser objeto de reconocimiento: el maquillaje se lo inventaron hace milenios.  Pero la vanidad, esa trampa que nos ponemos los seres humanos y las sociedades para no reconocernos en la esencia, ha hecho de las suyas desde que el hombre camina erguido.  Y resulta que todo ello hoy se ha exacerbado, a pesar de los esfuerzos de las religiones por echarnos discursos de coherencia espiritual, tal vez porque ellas mismas no la tienen y nos hablan de dejar la vanidad desde púlpitos llenos de boato y templos adornados hasta el techo y más allá.  Somos presas de la vanidad, de engallarnos hasta el tuétano…  sí, la misma palabra tuétano no es tan bonita: digamos que hasta la médula.

 

Tristemente ha hecho carrera el dicho que reza “nos ven como nos tratan”. Lastimosamente tiene mucho de cierto y es preciso meternos en el juego de la vanidad, porque de ella está también hecho el mundo.  Si un muy buen profesional asiste a una entrevista de trabajo ataviado con ropas que no corresponden a la vanidad organizacional correspondiente, sencillamente no se acepta.  En algún momento de nuestra historia cambiamos los códigos de la esencia por los de la apariencia, instante tan remoto que nos parece imposible que haya sido así.  No fue suficiente con la esencia, tuvimos que vestirla, maquillarla, embadurnarla, falsearla.  Como esos adornos los hemos heredado transgeneracionalmente, hacen hoy parte de nuestra historia.  Hemos comprado el cuento y bajarnos de él no solo resulta difícil, sino incluso doloroso.  Si no cumplo con el código vanidoso de mis amigos, ¿me aceptarán por lo que soy, o solo si me visto, peino y luzco como el código manda? Si no tengo las maneras que exige mi pareja, ¿me seguirá amando o me daré cuenta de que solamente amaba mi máscara?

 

Las organizaciones también tienen vanidad.  Detrás de ella se esconden la ineficiencia, la corrupción.  Por ello el tapen-tapen sobre el que tanta tinta ha corrido sin que se haga mucho, pues en últimas la vanidad triunfa.  Si destapo esto de ti que no me gusta –y que tú haces el mejor esfuerzo para ocultar– corro el riesgo de que tú destapes lo que yo mismo oculto.  Yo individuo, yo empresa transnacional, yo organismo intergubernamental, yo ONG, yo gobierno.  Todos esos yoes se regodean en la vanidad de mostrar su mejor sonrisa.  Pero como sombras tenemos todos y todo, queremos a toda costa que se vean solo nuestras luces, que exaltamos con collares de brillantes, ropas relucientes, avisos de neón que ciegan la vista, pero sobre todo la comprensión de lo que ocurre. 

 

Este mundo vanidoso, sin embargo, no es capaz de matar a la esencia.  La puede ocultar, la puede disfrazar, pero la esencia sigue ahí, siendo lo que es, eso esencial que se ha vuelto invisible a los ojos pero que podría volver a verse. Si quisiéramos.  

@edoxvargas