EDUARDO VARGAS | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Febrero de 2014

Respeto mutuo

 

“El respeto al otro radica en exponer nuestra verdad, no en imponerla”

 

 

La naturaleza del mundo, y lo que vamos conociendo del Universo, es el cambio.  La luz, a veces onda y a veces partícula, se mueve en direcciones insospechadas, haciendo que el cambio sea en realidad lo único permanente.  Nuestra naturaleza como seres humanos es evolucionar, cada momento. Esa evolución es posible en todos los aspectos de nuestra vida:  en lo físico, las diferentes etapas de la vida nos plantean transformaciones en nuestro cuerpo, que se dan desde los niveles subatómicos, lo que nos permite cambiar de piel, que el cabello crezca, que los órganos vitales se adapten a nuestro desarrollo, o que los huesos se alarguen.  En el plano emocional también tenemos la oportunidad de crecer, y de eso se trata la madurez cuando nos damos el permiso de elaborar rabias, miedos y dolores, por poner sólo algunos ejemplos.  Nuestras ideas también pueden cambiar, pues las visiones de mundo se van enriqueciendo con cada experiencia vital; lo mismo ocurre con nuestra espiritualidad, pase ella por alguna religión o no.

Tenemos el derecho y la posibilidad de cambiar, pero en efecto no estamos obligados a ello, en estricto sentido.  Es por eso que aparecen las resistencias, tantas como seres humanos pueblan el planeta.  El cambio es una elección individual, razón por la cual nadie puede obligarnos a hacerlo, como tampoco a no hacerlo.  Aún existen tribus nómadas que deambulan por las selvas, con su cosmogonía propia, sus atuendos y costumbres, con todo el derecho de existir y vivir así, por más que algunos crean que son unos bárbaros que necesitan con urgencia “civilizarse”.  En nombre de esa supuesta civilización se han cometido atrocidades de todo tipo, lo cual también hace parte de este proceso evolutivo que como humanidad tenemos en común.

Claro que tenemos derecho a no cambiar, lo cual no nos da el derecho de impedir el cambio ajeno. De igual manera, el derecho a cambiar no nos da el derecho a obligar a los otros a que lo hagan.  Este trabalenguas transformacional se resuelve en la libertad.  Si en verdad somos libres, no juzgamos ni condenamos la inercia ajena, bien sea para seguir cambiando o para permanecer estáticos. Y como no hay verdades reveladas, cada quien tiene la suya propia, como la construya individualmente, o como la tome prestada de otros.  El respeto hacia los demás radica en exponer nuestra verdad, no en imponerla; el respeto a nosotros mismos estriba en no permitir que otros nos impongan sus verdades, bien sea con la fuerza de la manipulación, de la culpa o del miedo.

Seamos libres y dejemos que los otros lo sean.  Si a ellos les gusta marrón y a nosotros aguamarina, ¿Cuál es el problema?

@edoxvargas