EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Mayo de 2012

Enredos inútiles

La mayoría de las personas queremos que el mundo sea mejor; o al menos la porción de mundo que nos correspondió o elegimos vivir: la casa, el barrio, la ciudad, el país, dependiendo de si la perspectiva existencial es más grande o más pequeña. En ese orden de ideas, las acciones o situaciones que no se ajustan a nuestra idea de “bueno” o “mejor” son objeto de nuestra crítica, lo cual es sensato, siempre y cuando se cumpla con dos condiciones básicas, que no siempre tenemos en cuenta: primera, que esa crítica sea sana, en el sentido de acertada, asertiva, compasiva y eficaz, lo cual sólo se logra si proviene del amor; y, segunda, que la crítica esté acompañada de acciones coherentes de transformación.

Lo que pasa muchas veces es que la imperfección del mundo nos recuerda inconscientemente nuestra propia imperfección, y resulta más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. El caos del mundo, los errores de los otros, podrían ser espejos en los que viésemos reflejada nuestra propia vida, sólo que nos solemos quedar en lo externo, lo evidente a los ojos. Decía Carl Jung: “Quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta”. Esa es la gran diferencia.

Nos enredamos con críticas inútiles sobre cosas que no podemos cambiar, salvo que estemos en el lugar exacto y la instancia decisiva para poderlo hacer. ¡Compramos peleas que ni siquiera son nuestras! ¿Cuántas de las cosas o situaciones que criticamos podemos modificar? Al responder esta pregunta elemental, sabremos si vale la pena dirigir nuestros esfuerzos a través de una acción asertiva de cambio, en cuyo caso tendremos muchos mejores resultados si nos enfocamos en el amor. Claro, el amor puede transformar para bien el mundo y puede ayudarnos a ver opciones antes no exploradas. Lo que transformamos amorosamente perdura, lo que intentamos cambiar a la brava se derrumba, pues la lucha y el resentimiento lo terminan minando por dentro.

Si la respuesta resulta ser que no podemos cambiar ninguna de esas situaciones “imperfectas”, no tiene mayor sentido desgastarse en un crítica estéril. Como hablar no es un acto inocente, la palabra que no construye, destruye. Y al desviar nuestra atención a cosas sobre las cuales no podemos tener injerencia alguna, perdemos de vista lo que sí podemos transformar aquí y ahora: a nosotros mismos. Resulta que el mundo cambia cuando cambiamos desde adentro, pues todo toma una nueva perspectiva. Al usar la “imperfección” del mundo como reflejo de lo que somos, podríamos reconciliarnos con nosotros mismos, para luego reconciliarnos con los otros. Al aprender a cuidar la palabra y actuar asertivamente, contribuimos -sin duda- a que nuestras vidas mejoren.